“Una cosa de la que podemos estar relativamente seguros es
que la siguiente fase de la economía política verá un regreso a una menor
dependencia del crecimiento basado en las exportaciones, un sistema financiero
más restringido, una expansión del sector público y un papel más modesto de la
teoría económica como preceptora de los gobiernos.”
Robert Skidelsky
Un tercer debate indigestible, diseñado para el tijereteo de
los tiempos y, en consecuencia, de los moderadores. Un eje rector -economía y
desarrollo- tan segmentado que no logró transiciones lógicas entre los
subtemas. Los candidatos presidenciales pusieron mucho de su parte, insistiendo
en el juego actancial que se autoasignaron desde el primer debate: Jaime
Rodríguez Calderón como el payaso; José Antonio Meade como el burócrata; Ricardo
Anaya Cortés como el pendenciero; y López Obrador como el taumaturgo.
La ocasión pintaba para hacer un balance de la apertura
comercial y sus consecuencias en la desigualdad, la inseguridad, el deterioro
ambiental, el déficit en la calidad de la educación y, por supuesto, la
imparable corrupción. Ni siquiera se detuvieron a mencionar la informalidad, la
precarización del trabajo. Dando a entender que la economía está bien, lo único
que ha fallado son los sucesivos gobiernos y los políticos. En ningún momento
se habló sobre las responsabilidades de la iniciativa privada, de los
sindicatos, de las organizaciones de profesionales y de la sociedad civil.
Pero se inhibió hacer un juicio certero sobre el modelo económico.
Se trató, a fin de cuentas, de ocultar la realidad, embadurnarla con programas
salvíficos y los debatientes compitieron por ver quién era más mesiánico, hasta
se llegó a encomendarle a la tecnología tal papel. A toda costa se negaron a
representar el drama “neoliberal” para cautivar al espectador. Se optó por
llevar a escena una comedia para la tristeza de la audiencia.
Uno pagó con su
tiempo y paciencia para que le administraran un producto de mala calidad y
repetitivo, por añadidura. Excepcionalmente una persona ve tres veces una misma
puesta en escena con el mismo reparto. Lo único que cambio fue la tramoya y los
periodistas.
Por todo ello reclamo: ¡Que devuelvan las entradas!
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