La violencia vuelve a tomar la
escena nacional. Distrito Federal, Estado de México, Guanajuato, Michoacán, San
Luis Potosí y Zacatecas, son el teatro
de operaciones reciente del crimen organizado. El desafío no presenta un frente
unido de parte de los partidos políticos que el pasado primero de julio
recibieron el voto ciudadano, libre y secreto. Interregno y violencia apunta
Ricardo Raphael en El Universal. Nos
recuerda el articulista que hace seis años se dio una escalada similar.
Mientras, en el país se abre el
compás de espera entre el día de las elecciones, la validación del tribunal
Electoral con la declaratoria de presidente electo y la toma de posesión del
mismo el primero de diciembre.
El Partido Revolucionario
Institucional, Acción Nacional y el de la Revolución Democrática, a la vera del
camino de la violencia, están en lo suyo, preparándose para un nuevo ciclo de
la política mexicana: el sexenio.
En el PRI, el virtual ganador de
las elecciones, así lo ha declarado el Instituto Federal Electoral, se dispone
a darle un giro de ciento ochenta grados a la leyenda negra de su partido, de
sus gobiernos. Por lo anunciado, Enrique Peña Nieto está en disposición de
hacer creíble la rendición de cuentas en los tres niveles de gobierno. De lograr
este propósito de manera efectiva, se aportará un cimiento de confianza para
las instituciones gubernamentales, más que eso, sería una refundación nacional
abandonar el penoso rostro de la corrupción. En esas está Peña Nieto, al tiempo que
enfrenta la andanada mediática de Andrés Manuel López Obrador y sus aliados,
los que se ven y los invisibles. Por lo pronto ya sacó un primer acuerdo dentro
del PRI: Emilio Gamboa Patrón y Manlio Fabio Beltrones como coordinadores
parlamentarios en el Senado y en San Lázaro respectivamente.
Por parte del PRD, tiene derecho
a ejercer su pataleo, pero difícilmente el Poder Judicial les obsequiará la
invalidez de la elección presidencial. Es más, el dictamen de los magistrados
del Tribunal Electoral no contendrá notorios extrañamientos como hace seis
años. Así lo grite López Obrador en la plaza o lo ponga en prosa Manuel Camacho
Solís, su demanda nos prosperará por la inconsistencia de sus pruebas, así sean
estas miles y miles. Así las cosas, lo mejor es ir preparando una propuesta
unificada de cara al nuevo gobierno o repetir la vieja e inútil historia de su
división interna, entre los puros y los traidores. Si la izquierda logra
definir unidad de propósitos, seguramente multiplicará las posiciones
alcanzadas, alcanzar la presidencia, que tampoco es un fin en sí mismo sino un
medio entre otros para procurar el bienestar de la población, donde las
diferencias entre individuos no sean fuente de injusticias y desigualdades
sociales extremas.
En el PAN, en su calidad de
tercera fuerza, enfrentan la incomodidad de la derrota desde el gobierno y su
secuela de reparto de culpas. Felipe Calderón, junto con sus adeptos, quiere
transitar hacia la posición de jefe máximo de su partido, seguir vigente pues.
Su partido, pese a sus postulados, no aportó una forma digna, humanista,
responsable de conducir el gobierno federal. Una versión azul (triste) de las
prácticas que condenó del PRI. Ya designaron las caras que acordarán en el
Congreso con los priístas: Ernesto Cordero y Luis Alberto Villarreal. Ahora les
tocará pactar con la alternancia que los desbancó. Por lo demás, los panistas no
tuvieron vocación de servicio público y se empalagaron con los bienes
materiales y la fama que les dio su estancia en el poder. Difícil les resultará
volver a los orígenes, tanto como dejar los vicios adquiridos.
Y sólo hemos comentado la parte
formal de la inacabable contienda política, pues aquí nadie se queda quieto ni
por prudente sabiduría.
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