En estos meses de “mover a
México”, en estos días de movilización magisterial disidente, más los años que
ha llevado el propósito de incorporar al país a las procelosas aguas de la
economía global. En todo este tiempo agregado poco se ha ventilado el tema del
Estado, no con el énfasis y la difusión ameritada. Extraña que a pesar de esa
omisión, aquí y allá se frasea en forma de reclamo por la instalación de
políticas de Estado (el plural ya es muestra de ignorancia) para atender
demandas específicas de algún grupo de interés o gremio.
El punto es que el proceso
reformador, que no nació con el actual presidente Enrique Peña Nieto, ha
realizado una rehabilitación del Estado liberal oligárquico, burgués le dirán
unos, que se enseñoreó en tiempos de Porfirio Díaz. Particularmente en la línea
de presentar al Estado como garante y promotor de la inversión privada, sin
interés y acción deliberada por instituir derechos sociales.
La actual versión del Estado
liberal oligárquico se ha construido sobre el despojo de otro modelo histórico
que hemos tenido, el Estado autoritario del bienestar, populista dirán otros.
Estado éste que instituyó derechos sociales al tiempo que se sirvió del pacto
corporativo para hacer viables sus iniciativas, donde empresarios, trabajadores
y campesinos disponían sus intereses en la posibilidad de ser arbitrados
eficazmente por el Presidente de la república, posibilidad efectiva mientras
que se contó con un entorno mundial favorable que lo hacía manejable, verosímil
como modelo. Ese entorno fue el conflicto Este - Oeste o la “Guerra Fría”.
En este dilema entre del Estado
burgués o el Estado populista, la opción de un Estado liberal del bienestar no
ha prosperado, ni siquiera como una discusión amplia y persistente, ha habido una discusión esporádica
y recurrente cuando hay jaloneo político para obtener posiciones. Plantear la
posibilidad real de establecer un Estado liberal del bienestar sí que apuntaría
hacia una gran transformación. A cambio, lo que se nos da son las reformas de “gran
calado” que afirman al Estado liberal oligárquico.
Éste Estado es de y para los
empresarios, en el fondo no le interesa la educación de calidad pues omite
definirla. De manera más amplia tampoco le apremia la política social, es un
placebo, un instrumento para legitimar más que para transformar. La reforma educativa
ha sido el pretexto para, entre otras cosas, repudiar el derecho de
manifestación. El Estado que hoy se impone es tolerante con las deficiencias
actuales de la educación, deficiencias afloradas precisamente cuando se echó a
andar la segunda versión debidamente ajustada en sus inicios por el pacto con
el magisterio ¿Se olvidan como llegó Elba Esther Gordillo?
Los modelos de Estado referidos,
considerados como aproximaciones y no esquemas cerrados, se han implantado no sin
conflicto o sin contradicciones. Cómo desde el Partido Revolucionario
Institucional se fueron quitando las bases de su sustentación ideológica y
Constitucional. Sólo hasta Ernesto Zedillo el presidente de plano ya no
recurrió a la Revolución Mexicana para justificarse y prescindió del partido
que lo llevó al poder.
El Estado actual tiene
"alternativas" a la educación y parece disfrutar de su devaluación. Las aulas son
avasalladas. Un reality show, una pauta publicitaria, una telenovela, dejan más
mensajes actitudinales que una jornada de enseñanza aprendizaje dentro de la
escuela. La apología de la violencia y el culto a las armas de fuego se han vuelto de lo más común en la televisión. La educación ha sido despojada de sus poderes salvíficos. Eso lo saben
hasta los mismos profesores.
Por eso digo yo, si se quiere avanzar y
transformar hay que empezar por definir qué Estado queremos.
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