jueves, 25 de abril de 2013

Rabia, resentimiento, rencor


Difícil les resulta a los medios narrar el conflicto. Los acontecimientos violentos ocurridos el miércoles 24 de abril en la ciudad de Chilpancingo se ven como más de dos horas de impunidad, como si fueran nada las décadas de impunidad de personajes y grupos poderosos. La tarea de especular un complot también resulta tentadora. El maridaje entre periodistas y académicos se acopla invocando a San Max Weber. Se ve irracionalidad, lo es. Pero se ciegan ante los sentimientos que pulsan los actos vandálicos: rabia, resentimiento y rencor. Sentimientos que no son causados por la reforma educativa, como parece, en realidad son el acumulado por generaciones marcadas por la desigualdad y la injusticia. Su explosión secular de cada primer cuarto de siglo en la que el hijo se enlaza al padre, al abuelo, al bisabuelo y por las generaciones que se quiera, sintiendo la misma rabia y rencor que hacen la violencia puntual, recurrente en su ciclo explosivo.

Es exagerado decir que la disidencia magisterial sólo quiere preservar sus “privilegios” ¿Se les puede llamar privilegiados? En relación a quiénes, en todo caso. Lo que se aprecia en la gráfica de la prensa es el resentimiento social de profesores que tradicionalmente han sido utilizados de apoyo político por los gobernantes, Ángel Aguirre Rivero no es la excepción, a sabiendas de que se afecta la calidad de la educativa. Está bien que se quieran cambiar las reglas, hay que hacerlo en consulta y convencimiento. El desastre no se condensa en los maestros sino en el funcionamiento del sistema político que no ha evolucionado lo suficiente a pesar de las sucesivas reformas políticas. Tampoco han funcionado las reformas a la educación, la creación en el pasado de instituciones como la Universidad Pedagógica Nacional daría a suponer un aparato a favor de la profesionalización de los profesores, los hechos no parecen validarlo. Y qué decir de la descentralización educativa.

No hagamos de la condena, del linchamiento un deporte nacional, eso produce más encono. No, si de lo que se trata es de mejorar la educación pública por qué no preguntar a los docentes primero, que expongan su visión de la educación con calidad y luego entonces aprendan a distinguirla de la situación laboral, pues en este enredo es en el que se aferra la protesta de los normalistas. Todavía mejor, poder distinguir y separar el proceso de los servicios de educación de los procesos políticos.

La ira de la CTEG se ensañó contra las edificaciones sede de los partidos y esta destrucción no tiene que repetirse. Los partidos, sus dirigentes, tienen que reconstruir su relación con la sociedad antes que apoltronarse en los apoyos fiscales, “canonjías y prebendas” recibidos a cambio de mantener las apariencias de una normalidad democrática.

 

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