miércoles, 4 de abril de 2012

Trabajo, familia y educación





La competitividad, como un fin en sí mismo, ha sido el caballo de batalla para desmantelar el mundo del trabajo instituido por el Estado del bienestar. Tener empresas competitivas significa comprimir los salarios, reducir el personal, extinguir las prestaciones y abatir el empleo fijo con la utilización de empleo eventual y jornadas más allá de lo que estipula la ley, que no genera compromisos del empleador y así, con estos elementos, dar aspecto lúgubre a la existencia poslaboral.


Ése es el costo de la mentada competitividad, la deshumanización de las condiciones de trabajo, que se acopla con otra de las insignias de nuestro tiempo, la estabilidad macroeconómica, la cual significa el desmantelamiento de la intervención económica del Estado. Todo sea para que los mercados funcionen, generen riqueza y la distribuyan. Y ya se ve de qué manera se ha hecho realidad esta pretensión: menos crecimiento, más pobreza. No hay con qué para comer, bien y con calidad. El país ve disminuida su capacidad de autoabastecerse.

El mundo del trabajo asalariado pone a trabajar a toda la familia, incluso en condiciones de informalidad, nos regresa a una condición tribal o característica de la unidad económica campesina. No es común que la cabeza de familia sea la única proveedora de ingreso. La conquista del pan lleva a no considerar a la cultura y la educación, no hay tiempo, ni recursos, lo que sobra se canaliza al entretenimiento, al circo. El trabajo está desligado de la formación de ciudadanía, es parte de la degradación social que acompaña la búsqueda de competitividad. Las condiciones maquinales del trabajo han recortado la vida familiar, los padres pasan menos tiempos con sus hijos o hacen del centro de trabajo una segunda familia, confundiendo la gimnasia con la magnesia.  El rol educativo de los padres se evapora, no hay continuidad entre el aprovechamiento que tienen los hijos en la escuela y la labor de los padres en el seguimiento y apoyo de las obligaciones escolares.

Hogar, escuela y centro de trabajo se hacen disfuncionales entre sí, no hacen un círculo virtuoso, ni son el cimiento de una ciudadanía plena, juiciosa y libre de sus elecciones. No es de extrañar que el dinero, conseguirlo a como dé lugar sea la instrucción guía de los hijos o, en su defecto, encomendarse a Dios.
 
La cualidad de moderno con la que se ha querido vestir a México a lo largo de su existencia independiente exhibe sus limitaciones o tiene su desmentido en la sobreexplotación del trabajo, en la desintegración familiar y en la baja calidad de la educación. La cacareada competitividad y la estabilidad macroeconómica son promotoras del desastre actual. Ni se vale subsumir la modernidad con la tecnología, sus “gadgets”, eso es superficial.
 

Es a este país, en sus condiciones de deterioro, al cual se le convoca a participar en las elecciones del primero de julio próximo. Por eso es importante hacer una condensada exposición del contexto en el que se realiza el proceso electoral. La propaganda, las promesas, los partidos, los candidatos no se pueden abstraer de la realidad. Es la oportunidad para plantear una constelación de derechos distinta a la que impera por imposición, la oportunidad para pensar en las generaciones que vienen y replantear la política económica.


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