Ya avanzamos en el punto de cómo
los Estados Unidos se han hecho imprescindibles y decisivos en las decisiones
del Estado mexicano.
Pasemos al segundo punto. Las
reformas ocurridas en el último tercio del siglo pasado y el presente -con ello
referimos la transición- han prescindido del elemento que contuvo el México
Bronco: el Pacto Social.
Con el Pacto Social, expresado en
la Constitución, se dio la certeza de que cada fuerza social estaba
comprometida con el Presidente en turno a cambio de una contraprestación. Desde
campesinos, obreros, grupos populares y empresarios, exceptuando a el clero.
Pero se decidió disminuir ese pacto, dar un giro de 180° para sustituir el
pacto por una sumisión del gobierno a la cúpula empresarial y eclesiástica.
Desde el gobierno priísta se modificaron las reglas. Que lo tenga presente
Enrique Peña Nieto.
El reconocimiento de las iglesias
significó darle legitimidad y visibilidad a la intervención política de la
iglesia católica en los asuntos públicos. La reforma al artículo 24
contitucional que ahora está en el Congreso es ominosa redundancia. De qué ha
servido: de nada. La jerarquía católica no ha aportado una mejor convivencia
nacional, por el contrario, se ha exhibido como ente corruptor de menores (la
pederastia) cómplice de narcotraficantes y, todavía peor, su reconocimiento en
nada contribuyo a la fortaleza de la unidad familiar. La familia se ha hecho
más disfuncional que nunca. Bien se le tendría que exigir al Papa Benedicto XVI
en su próxima visita a México que pida perdón por todos los males que se han
hecho en el nombre de Cristo de parte de su iglesia. México era más decente
antes de la primera visita papal en 1979, digo, por usar un lenguaje
mochilo-panista.
La reforma al artículo 27
Constitucional, con todo y los buenos propósitos de destruir el paternalismo,
promover inversiones y liberar de la tutela estatal a los campesinos, al final
sus resultados no son los mejores. El paternalismo se restringió a otorgar
subsidios estúpidamente, en especial a favor de los agronegocios, de quienes ya
estaban formados empresarialmente y no necesitaban de ellos (lo peor es que
esos agroempresarios además son ahora funcionarios públicos) Las inversiones
privadas no reactivaron al campo porque no llegaron como se estimó (alguien se
acuerda de las asociaciones en participación) Los campesinos, ya sin tutela,
prefirieron emigrar o formar parte de las quinientas mil familias que integran
el narco (cifra proporcionada por la Defensa Nacional)
Carlos Salinas de Gortari,
astuto, consideró que no se podía gobernar sin pactos y durante un tiempo fue
su artífice. Ido él, se ha gobernado sin pactos. Desde Zedillo todo ha sido una
rebatinga que ha incidido en la descomposición social comentada. La gestión de
los subsidios, bajo un esquema corruptible, no ha generado ni ciudadanía, ni
riqueza, tampoco una generalizada calidad de vida. Y el colmo es que los que
más tienen son los beneficiarios distintivos de los subsidios. Es el caso del
FOBAPROA o IPAB, un descomunal subsidio para los banqueros. El país está peor.
El crimen organizado, según dichos oficiales, ya controla parte del territorio
nacional.
¿Qué tenemos que hacer para
revertir el desbarajuste nacional? Un nuevo Pacto Social, aunque no sea del
agrado de los Estados Unidos, de la iglesia católica, de los grandes
empresarios y del gremialismo corrupto.
Quién, de los presidenciables,
está dispuesto a signar un nuevo pacto social.
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