jueves, 15 de marzo de 2012

Todos los caminos ...




 
Si queremos que el país salga bien librado del proceso electoral en curso. Si verdaderamente queremos darle un giro a la vida nacional por un sendero de esperanza y certidumbre. Partidos y presidenciables deben tener precisión de dónde estamos parados.


Primero entender que la descomposición social rampante, que tiene su expresión indigerible en la violencia y en la muerte generada a partir del escalamiento del combate al crimen organizado por parte del actual gobierno, es parte inseparable de un proceso de goblalización que no enraizó como un impulso propio y que terminó siendo conducido por los Estados Unidos. Desde 1995, las decisiones de la política mexicana tuvieron un férreo corsé en decisiones tomadas en Washington (el rescate financiero que facilitó Bill Clinton para salir del error de diciembre) El carácter de aliados que configuraba la puesta en marcha del Tratado de Libre Comercio para América del Norte en 1994, se trasformó implacablemente en subordinación sin adjetivos. Todo lo que se hiciera aquí tenía que tener el referente de made in USA (el cambio de horario, por ejemplo)


La liberalización entendida como revisión y condena de las instituciones creadas al amparo de la revolución mexicana, a las que puntualmente se ha ofrecido el Partido Acción Nacional y los tecnócratas desde la plataforma del PRI con Ernesto Zedillo a la cabeza. La minimización de la propiedad mexicana de los bancos, su extranjerización. La “descelebración” del calendario cívico por la adopción de los fines de semana largos. La partidocracia como remedo de la democracia. Una serie de decisiones económicas, políticas y simbólicas, dieron forma a un estilo de vida individualista centrado en el dinero, en las posibilidades más del consumismo que del ahorro.


La puntilla de ese proceso la representa la “guerra” contra el narcotráfico. Se inició mal, pues el presidente Calderón primero se debió de comprometer a los Estados Unidos a la reducción del consumo de enervantes en su propio país y a sellar la frontera para evitar el ingreso de armas a México. Sin esos compromisos el comercio ilícito de drogas se hizo más atractivo a la par que violento. Y eso me parece lo sabían perfectamente en Washington, su experiencia en la desestabilización de países es la base de mi presunción.


De manera analógica tengo el caso de la desintegración de la antigua Yugoeslavia, cómo se cuenta la historia de una guerra interétnica promovida por la voluntad maléfica de Slodoban Milosevic, quien por cierto fue apresado para ser enjuiciado por la Corte Penal Internacional en La Haya, murió antes de darse un veredicto y no fue beneficiado por el debido proceso. Una narración de la cual Occidente sólo dio una versión del genocidio sin incluir las muertes provocadas por los bombardeos de la OTAN, una versión que nunca consideró incluir que el proyecto de Milosevic no iba más allá de recomponer la antigua Yugoeslavia en su arreglo autogestionario del capitalismo de Estado. Ése fue su pecado.  De lo que se trataba era de no dejar vestigio de una forma estatal distinta a la del Estado mínimo, orientada al uso de la coerción para hacer valer la “ley del mercado” y que hoy se impone a escala global.


Lo que vivimos en México con horror es resultado del quebrantamiento de las certidumbres de todo un pueblo, la guerra contra el narco es sólo una puesta en escena que confluye al propósito deliberado de descomposición social, en cuya trama todos los caminos conducen a Washington.


Este es el primer punto, denme la oportunidad de contarles el complemento en la próxima entrega.

  

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