Algo pasa cuando las campañas electorales no despegan y no alcanzan visibilidad inmediata. En 1994 ocurrió algo en estos términos. Todavía no empezaban las campañas presidenciales y el alzamiento zapatista del primero de enero ya había acotado la disputa por la presidencia, las campañas iniciaron a medio gas, todas. De manera particular la de Luis Donaldo Colosio, pues aparte de la insurrección de los Altos de Chiapas enfrentó el disenso interno dentro del PRI que representó Manuel Camacho Solís y un grupo nada desdeñable de apoyo.
Lo que se hace sensible en las campañas electorales que se desarrollan en el Estado de México, Coahuila y Nayarit es la atmósfera ominosa que produce la sucesión presidencial adelantada y la estrategia gubernamental, felipista, en contra del crimen organizado. Es el momento que iniciadas las campañas, sobre todo la mexiquense, éstas se encuentran lastradas por personajes que aspiran a ser Presidentes y de ahí que la contienda se vea como catapulta de lanzamiento. Que a Eruviel Ávila se le vea como pieza de Enrique Peña Nieto, que Alejandro Encinas tenga que cargar sobre sus espaldas a López Obrador, Marcelo Ebrard y hasta Cuauhtémoc Cárdenas. Bueno, Bravo Mena se cuece aparte pues depende del dedazo que fragüe Felipe Calderón para designar al candidato a la presidencia de la república que le convenga. A los candidatos no los dejan ser a plenitud.
Otro aspecto es la violencia criminal que resulta intimidante para los ciudadanos interesados en participar o informarse a fondo sobre los candidatos. La nota roja le gana a las campañas. Por más que se haya querido minimizar los sucesos trágicos de la lucha en contra del crimen organizado, éstos terminan por imponerse. Así se difunda oficialmente que México está en paz en la mayor parte del territorio, los hechos sangrientos no dejan de ser impactantes. Sobre todo en el crimen de alto impacto como el del general recientemente pasado a retiro, me refiero al general Jorge Juárez Loera. Asesinado por dos impactos de bala como resultado de un altercado vial el sábado pasado en Naucalpan, Estado de México. El crimen aunque es del fuero común, así pareciera, pero como para que la Procuraduría General de la República haya decidió atraer el caso, estamos en palabras mayores. Se trata de un militar al que se le encargó el Operativo Chihuahua en el 2008 dentro de la estrategia federal contra el crimen organizado. Es el mismo general que dirigió la columna del desfila militar en el año de la conmemoración del Bicentenario de la Independencia. Su último cargo fue el de oficial mayor de la SEDENA. No tenía ni quince días de haber pasado a retiro. No hay pronunciamiento del gobierno federal que le dé el trato de héroe como para rendirle honores en el Campo Militar. Como maldición de esta violencia no sometida, hoy en día todo candidato a conseguir un puesto de elección popular sabe del riesgo que corre. Que ciegue sus aspiraciones un arma de fuego. La violencia pone tensión sobre las campañas.
Por eso la campañas no llaman la atención que sería de esperar. Qué pasa en Coahuila o Nayarit. Ni el Estado de México nos ofrece la imagen de una contienda reñida y feliz. Si Eruviel está arriba en las encuestas eso se lo debe a su arraigo, mexiquense cien por ciento. Encinas sigue cometiendo el error de mostrarse como el candidato defeño que aspira a despachar desde Toluca. De Bravo Mena, un bueno para nada más que hombre de bien, qué se puede decir, pues que está a la espera de que Los Pinos le obsequien un escándalo para transformarlo en un candidato creíble.
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