Así se ha de sentir el gobernante que, apostando a una acción de gobierno, los resultados se oponen a sus deseos. En el albor del sexenio de Felipe Calderón, la “guerra” contra el crimen organizado fue la carta que ofreció a los mexicanos el Presidente. La delincuencia se ha encargado de agujerear esa carta de buenas intenciones y el sábado 30 de agosto, ayer, miles de ciudadanos salieron a las calles a reclamarle al gobierno seguridad. Y muchos de esos miles, por no decir exageradamente que la mayoría, votaron por Calderón.
Miles que no saben realmente lo que pasa, simplifican para apurar una respuesta de consuelo o de autoayuda y no quieren dejar a su gobernante solo, nada más le piden que se radicalice. Si hay malos químicamente puros se tiene que acabar con ellos para salvar a los cien por ciento buenos. El maniqueísmo se instala con naturalidad sin que el manifestante ingenuo se dé por enterado de la barbarie que profetiza. Hasta hoy en día no se ha encontrado hijo de puta que en el fondo no se conciba como un hombre bueno, pero si se ha encontrado bueno que dé lástima por imbécil. Por eso el maniqueísmo no es recurso para dar cuenta de la complejidad de lo que pasa.
Cuando la gente sale a la calle protestar algo está fallando en el edificio de las instituciones, diría Perogrullo. Es la tercera megamarcha contra la inseguridad, la primera en 1997, la segunda en 2004 y la de ayer. Tres presidentes: Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Calderón. Los tres con elementos en común: escasa formación de Estado, subordinados al empresariado e irremediablemente débiles frente a los Estados Unidos. Desde esa comunidad mental no tienen aptitud para atender a la comunidad nacional.
Personajes globales extremos, deshacedores de lo público y campeones de lo privado que han roto el saco de la ambición. Si todo se resuelve con dinero y el gobierno con ello prescinde de su función niveladora de la vida de los ciudadanos qué se le está diciendo a la sociedad: emigra, roba, estafa, busca un puesto de elección popular, en una palabra, compite y ponte encima de tu semejante. Nada que llame realmente a la convivencia, a la colaboración, a la solidaridad. Que cooperen los tontos.
Si eso se puede decir de quienes han gobernado en los últimos años, qué más se puede decir de la iglesia católica que cuenta con la mayor membresía de creyentes. Algo ha dejado de hacer la iglesia pues el credo no amilana a la criminalidad que se ha extendido contra la fe o, más bien, desde la fe. Y no es la primera vez que pasa, las guerras de religión son el mejor ejemplo.
Pero los más responsables de la actual situación de inseguridad han sido los grandes empresarios, quienes impusieron el modelo de abolición de lo público, quienes ignoraron la complementariedad entre lo público y lo privado, quienes se despreocuparon por definir equilibrios mínimos más allá de la filantropía y campañas hipócritas de valores. Y son ellos los que más ladran y ahora salen a la calle. No salen desnudos, no salen encapuchados. Salen a la calle pudorosamente de blanco.
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