Abril, segundo mes de campañas
presidenciales desangeladas. Ellas y él hablan desde una realidad alterna,
acorde con un proceso que está decidido, tal como ocurría en el siglo pasado.
Solicitar el voto ciudadano, invocar al pueblo, son actos superfluos cuando de
antemano intereses superiores se han alineado para hacer de la jornada
electoral por venir un trámite. Intereses prepotentes por los que nadie ha sido
llamado a votar. Candidatos, ideologías y partidos supeditados a los intereses
decisores de grupos financieros, grandes empresas, mass media,
corporaciones gremiales prácticamente están arregladas. Las excepciones son la
confirmación del consenso elitista. El gobierno de izquierda resulto bastante
amigable con esos intereses superiores.
Increíble que las campañas
presidenciales no se hayan dispuesto, en algún momento, como caja de resonancia
para replicar la denuncia sobre la destrucción y el genocidio en la Franja de
Gaza que lleva seis meses ejecutándose de manera ininterrumpida por parte del
Estado israelí. Ese silencio los hace iguales. Se dirá que se trata de un conflicto
fuera de nuestras fronteras, que no compete a México. Pero el silencio dice
mucho de la calidad humana, sobre todo para la que se declara humanista,
también para la que se dice católica. Si no alzan la voz para condenar al
ejército de Israel ha de ser porque obedecen a intereses superiores.
Ni con los lamentables asuntos
domésticos como la desaparición de personas y los feminicidios se han
escuchados planteamientos de sensible profundidad acerca de un desgarramiento
de familias que llegó con el neoliberalismo. Todo se diluye en un vaivén de
ataques y defensas personales. Será acaso que reconocen de facto al crimen
organizado como un interés superior.
Lo que hayan dicho los candidatos
sobre la inseguridad no conmueve el escepticismo que agobia a la población. Lo
notorio son las insuficientes capacidades institucionales para reducir la
impunidad y la violencia criminales. Hay una especie de adaptación negativa a
los malvados. La ley es impotente, la moral no se encuentra en su mejor momento
cuando de la expansión delictiva se trata. ¡Silencio! Es la orden en el
vecindario rural o urbano, rico, pobre o de medio pelo. La vida es una ruleta
rusa.
Existe una pedagogía del dinero
en aleación con la violencia que está arrasando con la educación formal, con la
enseñanza religiosa. Delinquir se ha vuelto moda. Gobernadoras y gobernadores
tienen el pulso de la actividad delictiva de alto impacto en sus respectivos estados
y podrían ofrecer un mejor apoyo. No es así pues se escudan en la norma que los
excluye porque se trata de crímenes del fuero federal. La jerarquía
eclesiástica mantiene diálogo con los líderes del CO sin que se modifique el
estado de cosas. Los jueces parecen amenazados o sobornados por la delincuencia
al dictar con prontitud liberaciones a modo legaloide. A todo esto, se suma el
gobierno de la república al descabezar el equipo original de atención a las
víctimas de la violencia que lo acompañó al inicio de la actual administración.
Estamos en los locos años veinte
del siglo XXI.
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