jueves, 19 de noviembre de 2020

Una agenda común

 

Escribir sobre el caso del general Salvados Cienfuegos se convirtió en tema recurrente. Desde su aprehensión el 15 de octubre, a su liberación el 18 de noviembre, ocurridas ambas en Estados Unidos en este 2020. Y seguirá acaparando atención. Me reservo y pongo en reposo mi opinión sobre el asunto, pues no se trata sólo de una persona sino de una corporación.

Me refiero en cambio a otra corporación, la iglesia católica. La jerarquía eclesiástica le ha bajado a su protagonismo y no se debe a la 4T. Ese accionar que ganaba primeras planas con cierta regularidad para personajes como Girolamo Prigione y el abad Schlenburg, Corripio Ahumada y Rivera Carrera, Onésimo Zepeda y Sandoval Íñiguez, que fueron la punta de lanza del conservadurismo que acompañó el experimento neoliberal en México. Para ello hicieron suya la agenda anticomunista de Juan Pablo II. Cada viaje del papa polonés a México llenaba de energía a los jerarcas católicos. Y no se diga de algunos mandatarios que con inocultable regocijo lo recibían. Fox y Calderón, para precisar.

Eso ha cambiado diametralmente, ya no se ocupan los espacios mediáticos como antes. Ese cambio se dio sin estruendo desde la unción de Jorge Bergoglio con el nombramiento de papa Francisco I. Ya en una ocasión me referí a ello (Francisco I en México) cuando el jesuita argentino visitó México en enero de 2014. Él condujo su agenda y, que recuerde, fue una visita austera, bien aprovechada para leerle la cartilla a los jerarcas mexicanos, en la ciudad de Morelia si mal no recuerdo. Desde entonces nuevos vientos soplan desde El Vaticano, los podemos apreciar en sus cartas pastorales y, sobre todo, en su cuenta de Twitter @Pontifex_es

En la agenda del papa Francisco ocupa un lugar de primer orden los pobres. Es una coincidencia con la agenda del presidente López Obrador, primero los pobres. Lo que se aprecia, además de esta agenda común, es una disposición a llevar una relación diplomática sin el boato exhibido en tiempos recientes, los que antecedieron al arribo de Andrés Manuel a la presidencia de México.

Se nota que al papa Francisco ya no se le dispensa una atención desproporcionada en los medios mexicanos. Se nota también que el episcopado mexicano ha reducido su proclividad a la proyección mediática distinta a la que disponen de su patrimonio. Esto último como consecuencia, quiero suponer, de la directriz que guía el apostolado del Papa. Tengamos esto en mente, la iglesia católica es una corporación, donde las normas rígidas que sustentan el verticalismo en el mando son parte inescapable de su funcionamiento.

El resultado de esta conjunción no sólo es una respetuosa relación entre el Estado Vaticano y el mexicano, también el compartir una agenda por lo pobres. Además, está el efecto político que contiene a los jerarcas católicos de involucrarse en la política mexicana como lo hicieron durante el periodo neoliberal. No es poca cosa.

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