La presentación de las propuestas
a titulares de medios públicos -conocido como Sistema Público de Radiodifusión
del Estado Mexicano- hecha el 23 de enero recién, quedó sin la atención
merecida. En parte porque los medios privados están procesando la información,
pero sobre todo han sido los sucesos de Venezuela el centro de la atención.
Circunstancia aprovechada para encender una vez más la aversión hacia el
presidente Andrés Manuel López Obrador. Un hasta entonces desconocido diputado
venezolano se autoproclamó presidente de su país y aquí en México, como
activados por un resorte, diversas voces le piden al presidente que se meta de
cabeza en el lío venezolano. Es por la democracia y los derechos humanos que se
le exige romper lanzas en contra del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro.
Si algo debe caracterizar a la
diplomacia es la prudencia para ser factor de contención antes que catalizadora
de conflictos.
Independientemente del fundamento
constitucional y doctrinario para no sumarse unilateralmente al conflicto, en
el comportamiento del gobierno de México hay una pragmática de larga data
parcialmente interrumpida en los últimos tres sexenios. Se trata de no hacer al
vecino lo que no quieras que te hagan a ti. Parece sencillo pero el aprendizaje
fue traumático.
Es inocultable que en la disputa
venezolana Donald Trump ha enviado un expreso para controlar al país
sudamericano y servirse mejor de los beneficios del petróleo. La justificación
es la democracia y los derechos humanos, pero Trump, ni su oportuno asociado
Bolsonaro, tienen las mejores credenciales al respecto. No menos importante
para Trump es llamar la atención de los votantes norteamericanos pulsando bajos
sentimientos discriminatorios. Es increíble que los liberales en México se
suban al expreso en calidad de compañeros de viaje.
Así como México no quiere
insinuar siquiera la aprobación de la intervención del presidente de Estados
Unidos, porque tiene claro que esa receta se la pueden aplicar y sin mediar
justificaciones ciertas. Semejante, pero no igual, es la respuesta de algunos
países de la Unión Europea y con preocupación miran los mensajes que se envían
desde Rusia sobre el conflicto de Venezuela.
Si la geopolítica es una teoría y
práctica que nació con la formación de los estados nación, desde la afanosa búsqueda
de tierras en ultramar y todas las guerras que se han sucedido desde entonces.
Lo que sucede en Venezuela no trae novedad alguna. La extrañeza sí está en el
proceso de globalización económica desatado desde hace más de tres decenios sin
establecer las coordenadas para un gobierno mundial. Querer una dinámica
comercial sin fronteras sobre la base de la vigencia de los estados nacionales
es un contrasentido. Ya se ven los efectos de ese defecto: el ascenso de Trump,
la votación del Brexit, la inquietud por el populismo etiqueta que a fin de
cuentas renombra al nacionalismo.
Venezuela ahora, lo que no se ha
alcanzado en el secular conflicto del Medio Oriente, se puede convertir en el
inicio de una conflagración que mucho lamentaremos. Por eso se reconoce la
sensatez que asiste al gobierno de México para llamar al diálogo y negarse con
rotundidad a sumarse a la escalada del encono.
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