“Los liberales más fanáticos
suelen venir del marxismo, es decir, han cambiado de religión.”
Bernard Maris
Dentro del spin desplegado en la
opinión publicada en contra del autoritarismo, llama la atención lo mencionado
por Francisco Valdés en El Universal 29-04-2018 (Cesarismo). Su referencia al cesarismo como la matriz
originaria del gobierno de un solo hombre y sin contrapesos, del fiel
intérprete de sus gobernados. Valdés no tiene necesidad de recurrir a la
muletilla de mentar n veces al populismo. Signo de mesura que se agradece. Si
bien el cesarismo ha tenido diversas decantaciones según la época, la intención
del artículo es nada despreciable: plantearnos la disyuntiva entre autoritarismo
y democracia. La resolución es difícil en medio de la confusión reinante, en un
país como México, que vive la catástrofe de la delincuencia criminal con sus
vasos comunicantes con la política, los negocios y los poblados. En un país
donde todos los políticos son demócratas, ajá. Para medida el relevo del
dirigente del Partido Revolucionario Institucional.
Eso del cesarismo es complicado
explicar pues su generalización queda en entredicho por los casos que se
pudieren considerar. Por ejemplo, Luis Napoleón Bonaparte III a mediados del
siglo XIX en Francia, entre 1848-1870, dio pie a la expresión de bonapartismo para una modalidad de
cesarismo. Un gobernante liberal electo, que después dio un golpe de Estado
para proclamarse como emperador y perpetuarse en el poder. Sí, es el gobernante
que mandó invadir México para quitar al gobierno liberal de Benito Juárez e
imponer al emperador liberal Maximiliano de Habsburgo. Lo que, para empezar,
deja la pregunta ¿Qué batidillo liberal fue eso? Bonaparte III encantador de
las masas y así se le fueron de las manos. Siguiendo la versión de Siegfried
Kracauer, al parecer, la profundización de la liberalización del mercado fue lo
que movió el péndulo de la democracia al autoritarismo.
En otro tiempo de exposición para
otras modalidades de cesarismo, en la primera mitad del siglo XX, se podría
adjudicar, según Adam Tooze, al desarreglo que dejó la Gran Guerra en 1917 y que
encumbró a Adolfo Hitler y a Benito Mussolini. La dubitación sobre el libre
comercio o el restablecimiento del proteccionismo, la inflación o el ajuste de
austeridad, el desorden financiero o “asumir la ingrata tarea de poner fin a la
locura de seguir pagando.” Años convulsos, que Eric Hobsbawm denominaría la
caída del liberalismo promocionado por la catástrofe económica. Tiempos en los
que ya no se le veía futuro a la democracia. Eso no ocurrió. Concluida la
Segunda Guerra Mundial se fortaleció la democracia, de 1950 a 1990, al menos en
lo que se llamó sociedades industriales avanzadas. El periodo del Estado del
bienestar.
Repeticiones y variaciones, el
cesarismo no siempre es el mismo, se puede alojar en diversas presentaciones,
pero siempre es catapultado por la catástrofe. Por eso creo que el principal
enemigo del liberalismo político es el liberalismo económico a ultranza, pues
es desde ese radicalismo de mercado de donde se crean condiciones para el
autoritarismo financiero, claro está. Ese equilibrio macroeconómico ha sido muy
costoso para la población, pero les gusta espantar con ya sabes quién. Mientras,
la narrativa que impusieron la Thatcher y Reagan sigue intocable. El horror económico del presente se escamotea con el miedo al futuro asequible de una democracia con bienestar y seguridad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario