El debate es entre la cúpula
empresarial y Andrés Manuel López Obrador. Se han puesto los reflectores sobre
estos actores, sin caer en la consigna tremendista de una confrontación, tal
como ha aparecido en los medios impresos.
El diferendo tiene historia y la
coyuntura es insuficiente para comprenderlo. La mirada diacrónica invoca.
En otro tiempo y sus tiempos,
cuando el entonces presidente Luis Echeverría reactivó el reparto agrario,
junto con el impulso al sector paraestatal de la economía, llevó a una
discusión ríspida entre las cúpulas empresariales y el poder político. De ahí
el origen del Consejo Coordinador Empresarial en 1976; llegó el relevo
presidencial, José López Portillo siguió fortaleciendo al sector paraestatal,
al extremo de “nacionalizar” la banca privada en los últimos días de su mandato.
Esa sí fue una confrontación con el sector privado.
Desde 1983, ya con Miguel De la
Madrid, la consulta con los llamados “cúpulos” se hizo obligada. El inicio de
la construcción de la hegemonía empresarial fue desmantelando las bases del
poder político fundado por la Revolución Mexicana. Para empezar, comenzó el
trabajo de desincorporación de los bancos para reintegrarlos al sector privado.
El cambio de rumbo trajo la incorporación de la tecnocracia para encargarla de
una nueva conducción del ajuste económico y desmantelamiento del Estado del
bienestar. Sobrevino la fractura del régimen de partido único. La clase
política priísta se partió en dos y en 1988 se dio la gran competición
electoral entre Carlos Salinas de Gortari y Cuauhtémoc Cárdenas.
Se cayó el sistema de computo
electoral y Salinas fue investido como presidente de la república. Se creó el Sistema
de Ahorro para el Retiro, se concluyó la reprivatización de los bancos junto
con la polémica figura del Fobaproa. Se desinstituyó la alianza histórica entre
el poder público y el sector agrario; su sucesor, Ernesto Zedillo, sin lograr
grandes reformas, sí consolidó la conducción tecnocrática especializada en la
política económica, para continuar con las privatizaciones y el proceso de
apertura comercial.
El año 2000 trajo algo más que la
alternancia: la hegemonía de apariencia incontestable del corporativismo
empresarial. Del 2000 al año 2018, bajo el supuesto bipartidismo PAN-PRI, se
cerró la transición: la plutocracia se adueño de la democracia. Enrique Peña
Nieto completó el ciclo reformador y dio por inoperante otra alianza histórica,
la que se tenía con el sector obrero. Tanto la reforma educativa, como la
energética y la laboral son capítulos de esa ruptura.
Así observado, desde este enfoque
diacrónico, es que se puede entender la exitosa campaña de López Obrador, quien
ha logrado descifrar el hartazgo de 18 años de régimen plutocrático y partidos
que lo han consentido. De manera espectacular el PRI, que borró su identidad
multiclasista para travestirse con una nueva identidad, la del corporativismo
empresarial. Se entiende porque ha sido un fracaso dar forma a una candidatura
ciudadana, la de Meade, ahora pretendidamente rectificada con la marea roja. El
partidazo ya no es lo que fue.
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