martes, 8 de mayo de 2018

Corporativismo único

El debate es entre la cúpula empresarial y Andrés Manuel López Obrador. Se han puesto los reflectores sobre estos actores, sin caer en la consigna tremendista de una confrontación, tal como ha aparecido en los medios impresos.

El diferendo tiene historia y la coyuntura es insuficiente para comprenderlo. La mirada diacrónica invoca.

En otro tiempo y sus tiempos, cuando el entonces presidente Luis Echeverría reactivó el reparto agrario, junto con el impulso al sector paraestatal de la economía, llevó a una discusión ríspida entre las cúpulas empresariales y el poder político. De ahí el origen del Consejo Coordinador Empresarial en 1976; llegó el relevo presidencial, José López Portillo siguió fortaleciendo al sector paraestatal, al extremo de “nacionalizar” la banca privada en los últimos días de su mandato. Esa sí fue una confrontación con el sector privado.


Desde 1983, ya con Miguel De la Madrid, la consulta con los llamados “cúpulos” se hizo obligada. El inicio de la construcción de la hegemonía empresarial fue desmantelando las bases del poder político fundado por la Revolución Mexicana. Para empezar, comenzó el trabajo de desincorporación de los bancos para reintegrarlos al sector privado. El cambio de rumbo trajo la incorporación de la tecnocracia para encargarla de una nueva conducción del ajuste económico y desmantelamiento del Estado del bienestar. Sobrevino la fractura del régimen de partido único. La clase política priísta se partió en dos y en 1988 se dio la gran competición electoral entre Carlos Salinas de Gortari y Cuauhtémoc Cárdenas.

Se cayó el sistema de computo electoral y Salinas fue investido como presidente de la república. Se creó el Sistema de Ahorro para el Retiro, se concluyó la reprivatización de los bancos junto con la polémica figura del Fobaproa. Se desinstituyó la alianza histórica entre el poder público y el sector agrario; su sucesor, Ernesto Zedillo, sin lograr grandes reformas, sí consolidó la conducción tecnocrática especializada en la política económica, para continuar con las privatizaciones y el proceso de apertura comercial.

El año 2000 trajo algo más que la alternancia: la hegemonía de apariencia incontestable del corporativismo empresarial. Del 2000 al año 2018, bajo el supuesto bipartidismo PAN-PRI, se cerró la transición: la plutocracia se adueño de la democracia. Enrique Peña Nieto completó el ciclo reformador y dio por inoperante otra alianza histórica, la que se tenía con el sector obrero. Tanto la reforma educativa, como la energética y la laboral son capítulos de esa ruptura.


Así observado, desde este enfoque diacrónico, es que se puede entender la exitosa campaña de López Obrador, quien ha logrado descifrar el hartazgo de 18 años de régimen plutocrático y partidos que lo han consentido. De manera espectacular el PRI, que borró su identidad multiclasista para travestirse con una nueva identidad, la del corporativismo empresarial. Se entiende porque ha sido un fracaso dar forma a una candidatura ciudadana, la de Meade, ahora pretendidamente rectificada con la marea roja. El partidazo ya no es lo que fue.

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