Ya se le dio vuelta de hoja al
primer debate entre los candidatos a la presidencia. Las preferencias
electorales no dieron un vuelco, es una apreciación basada en la reacción “antiamlo”
desatada por gobernadores, lideres empresariales y la versión fifí de la
sociedad civil. Cuánta animadversión y qué baja civilidad por detener a López
Obrador a como dé lugar. Su reacción me refiere a plantear una analogía que,
con sus reservas, es inquietante.
En los primeros años del siglo
XVI, el papa León X ideo una manera de aumentar el financiamiento de El
Vaticano. Transformó la prexistente figura de las indulgencias para convertir a
la fe en la primera mercancía global registrada de la era moderna. Limpiar los
pecados y llegar al cielo se tazó monetariamente, tuvo un precio. En eso se
convirtieron las indulgencias. Un monje agustino, Martín Lutero, muy estudioso
y ferviente predicador de la doctrina cristiana, manifestó públicamente su
controversia por la venta de indulgencias. La argumentación era sencilla. De
qué sirve instruir conductas basadas en la fe si el dinero puede evitarnos
sacrificios para acceder a una mejor vida en ultratumba. Roma, sede del papado,
se lanzó en contra de Lutero cuando bien pudo considerar la opinión del
agustino y corregir. El desproporcionado odio de la iglesia dio lugar a décadas
de guerra en Europa. La santa inquisición fue uno de sus productos para
convenir a ese propósito de odio, la orden de Ignacio de Loyola también. Cuánto
sufrimiento se habría ahorrado Occidente de haber reconocido como aberración a
la fe la venta de indulgencias y suspenderlas inmediatamente. A la postre, se
fortaleció la figura de Lutero.
Algo similar ocurre actualmente con
los dueños del poder y del dinero en México, no captan el sustento real del
movimiento de Andrés Manuel. Hay incapacidad, más bien desinterés, por
reconocer las consecuencias negativas que se sucedieron como consecuencia de
las reformas construidas a lo largo de la era tecnocrática. Su soberbia no repara
las consecuencias, al contrario, las agudiza. Una de esas es la explosión
delictiva. Los dueños del poder y del dinero cierran los ojos ante crímenes que
han exhibido ante el propio país y el mundo, el deterioro que se ensaña de
manera especial con los jóvenes. El liderazgo de los tecnócratas y sus aliados
como Carlos Slim o Claudio X. González, en su ánima vacía de compasión, han divinizado
el mercado por encima de la dignidad humana. Enlisto casos que dejaron huella
de la desgracia que seguimos viviendo:
Creel, Chihuahua, 2008.
Villas Salvarcar, Ciudad Juárez,
Chihuahua, 2010.
Tec de Monterrey, Nuevo León,
2010.
Hijo de Javier Sicilia y
acompañantes, Cuernavaca, Morelos 2011.
Estudiantes de Ayotzinapa,
Iguala, Guerrero, 2014.
Tres estudiantes de cine,
Guadalajara, Jalisco, 2018.
Son botones de vergüenza para
México, entre otros casos como los feminicidios, el asesinato de periodistas,
familias acribilladas, policías y soldados muertos en el cumplimiento de su
deber. Eso sí, quieren producir un horror sobre el futuro, por todos los
medios, si AMLO gana la presidencia. Peor no podemos estar y los jóvenes lo
están sufriendo de múltiples maneras. Por eso corregir el rumbo es un deseo que
no sólo inunda a la juventud, sino que, como no me había tocado ver, es un
clamor intergeneracional. Es una inconformidad real por la que se explica la
fuerza que ha adquirido López Obrador y su movimiento.
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