martes, 13 de diciembre de 2016

En busca de la unidad perdida*

“Habla de unidad, pero todas sus actitudes señalan exclusión, la incomprensión”.
Emmanuel Mounier.

Es oficial, la otrora orgullosa unidad nacional está rota. O de qué otra manera entender el llamado presidencial a la unidad hecho el primero de diciembre. Es una condición de rotura no dicha con todas sus letras. De lo roto sin solución de continuidad. Es la confluencia entre el empuje de los intercambios comerciales del exterior y la descomposición de la esfera pública del Estado mexicano. El siempre anunciado y temido choque de trenes. Choque que no se dio en el esquema de fuerzas políticas internas.

Por un lado, está el pragmatismo incontinente de Enrique Peña Nieto por enlazar efectos prácticos inmediatos, cortoplacistas, con transformaciones de largo aliento. Lo uno no va con lo otro.

Por el otro lado, el recule soberanista y proteccionista del Reino Unido con la aprobación del Brexit que lo separa unilateralmente del acuerdo fundacional de la Unión Europea. Definición que concuerda con la reciente elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Los países vanguardia de la liberalización comercial (Reagan/Tatcher). Vendieron el proyecto y lo abandonan irresponsablemente en aras de objetivos nacionales. Giro en sentido contrario al apuntado en la transformación decidida por Peña, sus antecesores y las cúpulas dominantes. Específicamente la amenaza de Trump por desmantelar el Tratado de Libre Comercio ha descompuesto el semblante de la élite gobernante (la renuncia del gobernador de Banxico, Agustín Carstens, es un ejemplo) También la cúpula de los empresarios ha entrado en pánico. Como cuando crees que vas en el camino correcto y de repente te gritan: ¡Pendejo! Vas en sentido contrario.

Han puesto al país de cabeza, deshabilitando derechos sociales bajo el supuesto de que el mecanismo ciego del mercado formaría un nuevo equilibrio. Quién se puede dar por aludido al llamado de unidad, cuando el sacrificio de la sociedad ha sido concedido y la retribución sigue postergada. La molestia de los militares expresada el jueves 9 de diciembre es signo de la fractura social. Reclaman la desnaturalización de su oficio, ponerlos a cargo de la seguridad interna cuando el mandato constitucional les impone salvaguardar la soberanía. La proclama de legalizar la intervención de los militares en la seguridad interior podría reducirse al absurdo: si tienen hospitales, que se hagan cargo de la salud en general. Si tienen escuelas, que se hagan cargo de la educación pública. Pero no es el punto. Se embarcó al país en un proyecto, la autoridad se arrodilló ante los inversionistas y ahora los aterra la actual coyuntura que impone la reversa, una vez que los demonios se han desatado.
    

*No creo en una unidad absoluta, sí en una unidad transitable, la que ya no tenemos pues la dinamitamos con esmero y hoy lloriqueamos. Nos creíamos parte de una universalidad irreversible y de los impulsores nos llegó el desmentido.

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