“Habla de
unidad, pero todas sus actitudes señalan exclusión, la incomprensión”.
Emmanuel
Mounier.
Es
oficial, la otrora orgullosa unidad nacional está rota. O de qué otra manera
entender el llamado presidencial a la unidad hecho el primero de diciembre. Es una
condición de rotura no dicha con todas sus letras. De lo roto sin solución de
continuidad. Es la confluencia entre el empuje de los intercambios comerciales
del exterior y la descomposición de la esfera pública del Estado mexicano. El
siempre anunciado y temido choque de trenes. Choque que no se dio en el esquema
de fuerzas políticas internas.
Por un
lado, está el pragmatismo incontinente de Enrique Peña Nieto por enlazar
efectos prácticos inmediatos, cortoplacistas, con transformaciones de largo aliento.
Lo uno no va con lo otro.
Por el
otro lado, el recule soberanista y proteccionista del Reino Unido con la
aprobación del Brexit que lo separa unilateralmente del acuerdo fundacional de
la Unión Europea. Definición que concuerda con la reciente elección de Donald
Trump como presidente de los Estados Unidos. Los países vanguardia de la
liberalización comercial (Reagan/Tatcher). Vendieron el proyecto y lo abandonan
irresponsablemente en aras de objetivos nacionales. Giro en sentido contrario
al apuntado en la transformación decidida por Peña, sus antecesores y las cúpulas dominantes.
Específicamente la amenaza de Trump por desmantelar el Tratado de Libre
Comercio ha descompuesto el semblante de la élite gobernante (la renuncia del
gobernador de Banxico, Agustín Carstens, es un ejemplo) También la cúpula de los
empresarios ha entrado en pánico. Como cuando crees que vas en el camino
correcto y de repente te gritan: ¡Pendejo! Vas en sentido contrario.
Han
puesto al país de cabeza, deshabilitando derechos sociales bajo el supuesto de
que el mecanismo ciego del mercado formaría un nuevo equilibrio. Quién se puede
dar por aludido al llamado de unidad, cuando el sacrificio de la sociedad ha
sido concedido y la retribución sigue postergada. La molestia de los militares
expresada el jueves 9 de diciembre es signo de la fractura social. Reclaman la
desnaturalización de su oficio, ponerlos a cargo de la seguridad interna cuando
el mandato constitucional les impone salvaguardar la soberanía. La proclama de
legalizar la intervención de los militares en la seguridad interior podría
reducirse al absurdo: si tienen hospitales, que se hagan cargo de la salud en
general. Si tienen escuelas, que se hagan cargo de la educación pública. Pero
no es el punto. Se embarcó al país en un proyecto, la autoridad se arrodilló
ante los inversionistas y ahora los aterra la actual coyuntura que impone la
reversa, una vez que los demonios se han desatado.
*No creo en una unidad absoluta,
sí en una unidad transitable, la que ya no tenemos pues la dinamitamos con
esmero y hoy lloriqueamos. Nos creíamos parte de una universalidad irreversible
y de los impulsores nos llegó el desmentido.
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