Por qué hay gente que está
dispuesta a no ir a votar. Por qué hay gente que razona el voto nulo como una
decisión legítima. Por qué hay gente dispuesta a impedir la jornada electoral.
Son tres preguntas pertinentes y, lamentablemente, ignoradas. El hecho es que
una parte nada despreciable de la población mexicana, de los ciudadanos,
considera que a través de la emisión de su voto no quedara fielmente
representado, su voluntad quedará olímpicamente anulada, eso de decidir está
por verse.
Todo un esfuerzo de transición hacia una democracia creíble está fracturado, a pesar de que se
tenga una autoridad electoral autónoma, buena para contar votos y administrar
el proceso.
Lo que sucede en el fondo del
respetable incordio ciudadano es la conclusión de un cambio de régimen
nugatorio de derechos. Casi cuarenta años de reformas políticas que implantaron
el pluralismo partidista, tiempo en el que se ha dado la alternancia y el
gobierno dividido. La transición que nos ha llevado del dominio del partido
casi único al dominio de corporativismo dominante.
Desde la campaña presidencial de 2012,
Enrique Peña Nieto se comprometió con la cúpula de cúpulas (bolchevismo
empresarial) para hacer realidad su agenda México, meses antes de que se
firmara el Pacto por México. En dicha agenda se plasmó el compromiso de las
reformas del entonces candidato del PRI con una minoría privilegiada.
Hace un año, de mayo de
2014, en la ciudad de Aguascalientes, Gerardo Gutiérrez Candiani fue ratificado
por la cúpula de cúpulas para seguir al frente de Consejo Coordinador
Empresarial. Lo más granado de la representación del Estado mexicano, desde el
Presidente de la república, de la Corte y los líderes del Congreso se dieron
cita para atestiguar el entronizamiento de este poder omnímodo e inalcanzable,
el cual realmente tiene voluntad, decisión y ordena. También estuvieron en
calidad de súbditos el consejero presidente del INE, líderes sindicales, entre
otros más. Casi la república reunida ¡Faltaron los campesinos! También los
profesores.
Gutiérrez Candiani se
ufanaba de su poder y hacía reconocimiento al acatamiento de sus órdenes por
parte de Peña Nieto (así sí se entiende lo de las piernas flacas) Celebraba el
cumplimiento de casi la totalidad de las reformas y el 47% de los compromisos.
En ese momento de apoteosis, en el horizonte era difícil imaginar Tlatlaya,
Ayotzinapa, Apatzingán.
El 7 de junio estaremos ante unos
comicios en riesgo, impensables para una elección intermedia. Pero no es
inexplicable la actual coyuntura, el consumado circuito de las reformas que México requiere ha terminado de
purgar los contenidos socialdemócratas de la Constitución de 1917. Es lógico
que segmentos considerables de la población ya no se sientan representados en
el pacto constitucional. Se entienden entonces los por qué enlistados al
principio. La situación rebasa el sistema electoral pues hay un poder que, sin
poseer la representación del Estado, ni sus responsabilidades, dispone de la
mayoría de los medios de comunicación, tiene el arma del chantaje bien afilada,
controla las telecomunicaciones, el flujo de capitales, si se le da la gana es
corruptor y fraudulento. Su impunidad es absoluta.
Después de un año del evento
demostración de su ostentoso poder, precisamente el 29 de mayo de 2015, la suspensión
indefinida de la evaluación de los profesores de educación básica por parte de
la SEP, los cúpulos vuelven a alzar su voz haciendo ruido de cacerolas. Para
decirnos que este es un país de corporativismo dominante, que sólo sus
chicharrones truenan. Un puñado de “ciudadanos” parecidos a un estamento que
deciden por nosotros. Hace tres años ganaron las elecciones sin estar en la
boleta electoral, el próximo domingo quieren hacer lo mismo pues tienen a los
partidos en su puño. Por eso hay abstención, por eso hay voto nulo y una mal
comprendida rebelión de los plebeyos.
Elecciones delicadas, sin el
amortiguamiento de un pacto social, en la recurrencia de medidas de excepción
sin obsequiar.
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