domingo, 19 de abril de 2015

Para componer

Retomando la alegoría, donde se da una rotura es dable una compostura. Siguiendo lo mencionado al pie en la anterior entrega, de nuevo me hago eco de lo que versa Scholem acerca del rabino Luria. A las vasijas que han reventado le sigue la restitución, el ticún, en el que se pone énfasis a la acción del hombre asumiendo la carga de la responsabilidad del hacer, Dios deja obrar y el Mesías es un símbolo, no un hacedor. Sin duda un pensamiento revolucionario para su tiempo, sin atenerse a la comodidad de la mano invisible que postularía siglos después la economía política.



Pero también hay que retomar la dinámica de los cambios no como coyuntura sino como tiempo largo (Braudel). Es una creencia sin sustento difundida por la propaganda oficial el hecho de que cambiar leyes transforma la realidad de cabo a rabo, como si operara un soplo taumatúrgico. A lo más y dentro de lo posible, la ley reproduce lo que ya está en la realidad, modificándola hasta cierto punto y en el tiempo. La parte más difícil que viene es el proceso de conversión de la ley en praxis.

Las Leyes de Reforma del siglo XIX fundaron al Estado laico, su afirmación llevó tiempo, incluso ya en el porfiriato la Iglesia tenía la seguridad de haber anulado dichas leyes a las que consideraba leños quemados. La gente seguía dando fe de nacimientos y defunciones al cura que tenía más cercano. Todavía en el siglo XX la costumbre se imponía. Ni el conflicto abierto por Plutarco Elías Calles en 1926 fue suficiente, fue más eficaz la creación de un partido de Estado (PNR) y todo el conjunto de políticas que se dispusieron en lo agrario, educativo y laboral. Con la idea de Emilio Portes Gil y la ejecutividad de Lázaro Cárdenas el laicismo se hizo efectivo pilar del Estado. Además, el Estado construyó una base social para acabar con la autoridad dual  Iglesia-Estado. Historia de la que no quiere ni acordarse el neopriísmo tecnocrático y mochila.

En el nivel de las consecuencias de cualquier curso transformador, las Leyes de Reforma aquí mencionadas también ilustran al respecto: la afectación de la propiedad de las comunidades indígenas, un régimen fuera del esquema liberal que para los reformadores no tenía razón de ser. Lo que vino después fue la explosión de una revolución social agraria que finalmente logró ser conducida con la Constitución de 1917, también lo ya mencionado: el partido de la revolución y su menú de políticas sociales.

En las últimas décadas el reformismo liberal cobró auge y ha tenido persistencia, concluyendo con un serial de reformas en la administración de Peña Nieto. Pero este reformismo, a diferencia del decimonónico, no está en el eje de discusión Iglesia-Estado. La discusión central del liberalismo de hogaño se da sobre el reacomodo de influencias entre el mercado y el Estado.

Han sido reformas de ruptura y vendrán reformas de compostura, si nos da tiempo y en la medida de la viabilidad como país. Para ello se tendrá que abrir una política sin opacidad, ni impunidad, de una gestión empresarial sin abusos, ni depredación. Lo más importante, que la agente asuma sus responsabilidades, que no se deje al abandono al que la confina la élite por considerar lo irremediable, la vida si carácter digno en la que está postrada la mayoría de la gente.


Pero estamos en el presente mexicano de campañas políticas, en el marco de una democracia electoral, de contaduría y administración. Lo dejo para la próxima y aquí concluyo una visión de la complejidad del cambio que nos escamotea la propaganda.

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