En México no hay organización, ni
gente movilizada de manera abierta con el propósito de establecer un régimen
totalitario. Un régimen de gobernante fuerte y salvífico, que se impone a
través de un partido, una revolución o el ejército, en el que se han
desactivado los componentes básicos de una democracia (división de poderes,
pluripartidismo, elecciones libres, igualdad de oportunidades y trato) El totalitarismo
también se caracteriza por imponer un pensamiento único, desaparecer la crítica
y hasta eliminar parte de la población a la que considera enemigo reductible a
causa de sus creencias, etnia o posición social. El totalitarismo es un
fenómeno moderno surgido de democracias fracasadas o que no alcanzaron a
madurar, en donde el mercado interno era débil, por escasez de mercancías o por
la inflación, caras de una misma moneda. Se trata de un régimen de un solo hombre
que demanda lealtad a sus seguidores y aclamación –aplausos- a sus gobernados,
exento de responsabilidad y sin obligación de rendir cuentas (En cierta medida
y proporción están emparentados el estalinismo, el fascismo, el franquismo, el
nazismo y las dictaduras del Cono Sur, formaciones todas ellas desparecidas)
En México, no obstante, debemos
estar atentos, considerar los indicios que pueden constituirse en el caldo de
cultivo de un régimen fascista. La percepción de inseguridad, la confianza, el
resentimiento, el odio. De las dos primeras se hacen sondeos diversos y las
opiniones solicitadas confirman la experiencia real y subjetiva de la inseguridad
y la desconfianza; del resentimiento y el odio se puede apreciar en los "grafitis", en las redes sociales y en las congregaciones de masivas. Estos
componentes, en su reiteración, pueden formar “El gran ennui” (Steiner) Ese
estado de esperanza fundado en la expectativa del dinamismo económico y la
innovación tecnológica, esperanzas que se ahogan en la inmovilidad social o
peor, en el ahondamiento de la desigualdad social.
Tomando la hoja del odio, si de
él nos podemos referir en México es hacia los políticos y los partidos. Es
lamentable que hasta los mismos partidos se encarguen de contagiar el odio a
través de campañas negras. Y donde mejor se ha acomodado el odio en estos
tiempos es en la costura que une los portales de empresas periodísticas con las
redes sociales. Es ahí donde uno se puede dar cuenta de los contenidos del
odio. Es así, el odio a los políticos y los partidos, porque la “democratización”
ha servido para construir el hábitat de la clase política, donde vive y se
reproduce a expensas de la sociedad. Pero no lo ven y como si nada hacen
campaña y piden el voto. Recurrir al voto de castigo es premiar a otros
incompetentes. El voto nulo no les quita el sueño, en este sistema electoral,
como en los casinos, la casa nunca pierde.
Pero las cosas no pueden seguir así,
el desencanto tampoco, ni esperar la secuela posible, el fascismo. Sería más
edificante redactar un acta ciudadana donde punto por punto la sociedad dicte
las condiciones de actuación de los partidos y los políticos, así como las
sanciones. Sugerirlo ya es una forma de empezar.
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