En continuidad con las dos
entregas anteriores, ahora toca el turno de plasmar inquietudes acerca de la
sociedad.
Las sociedades que no son matriz
de la globalización simplemente se adaptan. Es el caso de la mexicana, una
sociedad descentrada de sus mitos –nacionalistas- en adopción de la mitológica
–empresarial. Así está la sociedad, desprendida de su pasado con los ojos
puestos en el espejo norteamericano. Lo que ayer eran tendencias se han
convertido es estructuras caracterológicas de lo urbano. Una transformación
operada por el mercado y la tecnología, a la que después se incorporaron
diversas representaciones del Estado conducidas por la tecnocracia.
El juego de la socialización es
la individuación. El yo-mismo –la ipseidad- todo poderoso que todo lo atribuye
a la mente, sin concesiones a la configuración de relaciones sociales y de
poder, de las que hace caso omiso. El tú o el otro, el semejante o prójimo no
merece consideración de aprecio, por el contrario es percibido negativamente
como lo que coloquialmente el pensamiento positivo llama ‘energías negativas’ o
mala vibra. En el ensimismamiento es ya característico el hecho de caminar por
la calle en medio de la invisibilidad de los demás transeúntes. Como zombis.
La regla es que no hay reglas,
expresión atribuida al magnate australiano Rupert Murdoch. La desestimación del
deber ser, pilar de la civilización occidental. Tomar la norma –administrativa,
jurídica o social- a conveniencia, si no satisface, la opción es hacer la real
gana, realización de la sociedad permisiva. Por qué hay topes en las vialidades
o en las carreteras que atraviesan poblados, por la antisocial disposición a no
leer y/o atender los letreros. El Estado podrá estar habilitado para crear
leyes y es totalmente incompetente para establecer formas de vida social, salvo
que sea totalitario o eclesiástico.
Antes que nada soy fan, de lo que
sea. Se trata de la experiencia colectiva sublime del espectador. En el
estadio, en el foro de espectáculos o frente a la televisión, se forma agregados
en masa entre individuos que no tienen compromisos entre sí. Se comparte un
espacio, una predilección, debidamente desconectada de posibles solidaridades en
interés de la colectividad. Una excepción es la ilusión del futbol,
recurrentemente desbaratada por la derrota en las competiciones
internacionales.
En la asimilación de la sociedad
mexicana al orden global se volvió ‘esencial’ rodearse de objetos, apropiarse
de ellos es mejor, lo deseable es tratar con objetos no con personas. La figura
del consumidor, aspiración por encima del productor o del trabajador, figuras
emparentadas con el esclavo. Cosificación y fetichización observados por el
viejo Marx hace más de un siglo.
Dispensadores de formas de vida
como la comunidad indígena se encuentran en su mayoría marginados. Por su parte,
la iglesia ha perdido influencia para ofrecer siquiera la emulación de formas
de vida. Sus creyentes se acercan a ella para atender asuntos personales, de
salud y prosperidad, no para que les dicten cómo hacer la vida, tampoco para
formar empatía con el prójimo.
En este contexto social es lógico
atender otra inquietud, el de la pareja criminalidad e inseguridad pública.
Sobre ello escribiré a la próxima.
(Las portadas de libros que ilustran el artículo son fuentes que se pueden consultar para el interesado en los planteamientos hechos aquí)
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