En la anterior entrega en este
blog prometí abordar inquietudes acerca de la configuración del Estado y la
sociedad mexicanos, misma que se ha venido formando en las últimas décadas y
que remite a una transformación promovida de manera exógena fundamentalmente.
El mundo cambió primero y reformar fue cuestión de conferirle legalidad a
realidades que se imponían.
Ahora se puede afirmar que en la
política se acabó el misterio, no por el efecto de la transparencia en la
res-pública, sino por el vacío de la política. El oficio quedó vaciado, o casi,
de la mayor parte de su sentido referido al interés de Estado, nacional,
público, social, colectivo, comunitario. El interés privado se convirtió en el
principal foco de atención de la política. Todo un fenómeno global
caracterizado por Cornelius Castoriadis como la descomposición de los
mecanismos de dirección (ver El ascenso
de la insignificancia, Ediciones Cátedra, 1998, p.p. 14-16)
En México, parte notabilísima del
proceso de descomposición se reflejó en la creciente desconfianza, en la
incapacidad del aparato público para atender sus obligaciones constitucionales,
a lo cual se ha respondido con la modificación de atribuciones. Cuando no se ha
podido hacer esto, se ha buscado paliar la desobligación tolerada y no
sancionada con la formación de entes autónomos. Los poderes públicos
establecidos en el supuesto de procedimientos democráticos no resultan
eficientes, ni suficientes, se convierten en medio para abrir espacio a
instituciones como la CNDH, el IFAI o el INE. Autoridades designadas para
controlar a las autoridades electas, las que a su vez designan a los directivos
de los entes autónomos. Procedimientos innovadores para mantener al gato
encerrado.
En otra perspectiva, las
celebraciones cívicas, la parte festiva del servicio público es agenda
presidencial llevada en la mayoría de sus fechas a una expresión mínima. Pareciera
que las grandes celebraciones nacionales no tienen mayor beneficio que dar pie
a los puentes vacacionales en apoyo al interés privado de la industria
turística y de servicios. En el colmo, el fracaso de la empresa privada del
futbol profesional, de cara a la eterna la aspiración de obtener la Copa
Mundial de futbol, es materia de la más alta consideración oficial, motivo de
celebración para ondear la bandera y cantar el himno nacional.
Este decaimiento del servicio
público se confirma en la formulación de un discurso político desprolijo, no
importa la representación del Estado que se ostente o de qué partido político
se proceda. Lo de hoy no son los
discursos sino las declaraciones a los medios, las más de las veces elusivas.
La audiencia es receptora de repetidos anuncios de promisorios detonadores, de
múltiples motores que pondrán en marcha al país. Sus artículos se esmeran por
presumir un saber técnico sin estar averiguados bien a bien de su fondo, salvo
cuando el escriba es un tecnócrata de cepa. Y ya se sabe lo que los tecnócratas
tienen en mente, mantener por lo alto la promoción y la defensa del interés
privado -de los grandes inversionistas, se entiende- por encima de cualquier
otro interés que suponga la agregación colectiva. Lo colectivo sólo se invoca
cuando de asignar sacrificios a la población se trata.
Giorgio Agamben sugiere en su
investigación titulada Opus Dei (Adriana
Hidalgo editora, 2012) que posiblemente el paradigma del servicio público, su
liturgia y oficio, estén en crisis en Occidente, precisamente en sus
arquitecturas institucionales más representativas como modelo de convivencia
social: la Iglesia y el Estado.
El posiblemente está demás, es ya
una realidad afirmativa de esa crisis. Tanto el poder espiritual del clero,
como el poder cívico político del Estado se encuentran avasallados por el poder
de las finanzas internacionales. Un poder que no se reconoce en la cosa
pública, mucho menos en su servicio. Sólo vale la promoción del interés
particular, la sociedad, para decirlo rápido, no existe.
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