Sigue la relación tensa
entre gobierno y empresarios. Echar abajo la reforma fiscal es el propósito de
la iniciativa privada que no está sola, se encuentra bien alcahueteada por el
Banco de México.
De parte del gobierno, desde
el lanzamiento de las reformas ha jugado mal sus expectativas. Un paquete de
reformas que va en el sentido de la liberalización económica tendrían asegurado
el entusiasmo empresarial, acompañado de una disposición inversora sin
precedentes. La expectativa no se cumplió, por el contrario, se terminó por
atizar la desconfianza.
El error del gobierno fue el
no asegurarse el respaldo pleno de los empresarios. El gobierno no vio la
realidad, supuso la adhesión instantánea a su demostración de fe liberal.
¿Cuál es la realidad? Una
clase empresarial orientada exclusivamente por su interés, el cual no incluye
el crecimiento, el fortalecimiento del mercado interno, la creación de empleos,
costos ambientales. De otra manera cómo se explica el crecimiento de la informalidad.
Su interés es asegurar ganancias crecientes, sin preocuparse cómo le va al
resto del país. Esa realidad no la vio el gobierno y ahora se ve emproblemado.
Los empresarios están en
otro mundo, su ‘pensamiento’ corre por otra vía distinta a la de las políticas
públicas. Su ‘filosofía’ se reduce a la
cháchara motivacional, al ‘coaching’, ‘reingenierías’, toda una sarta de
boberías. Según Barbara Ehrenreich, creencias que son de consecuencia
antieconómica respecto al desarrollo. En particular revisar los capítulos IV y
VII de Sonrié o muere, Turner
publicaciones (2011) Absorta en su absurdo, la iniciativa privada no entiende
que si fracasa la reforma fiscal también fracasarían las acciones en contra de
la inseguridad, los grandes proyectos de infraestructura no darán los
rendimientos esperados. A lo mejor si lo tienen claro pero no está en su
interés.
Al gobierno le hace mal
manejarse por expectativas cuando el cumplimiento de éstas depende de la
colaboración de la iniciativa privada.
La situación del gobierno es
apremiada, hasta me acordé de José López Portillo. No precisamente por su
confrontación con los empresarios, sino de un triste capítulo de su vida
privada: su matrimonio con la vedete argentina Sasha Montenegro. Resulta que
Don José, entrado en la condición de ex presidente, le dio rienda suelta a su
expectativa de macho alfa, se matrimonió con una mujer muy completa: chiche, nalga, pierna, guapa y fértil, desde la óptica
del macho cabrón, claro está. Obvio, no fue un arreglo bajo las reglas del amor
caballeresco, el dinero fue factor decisivo. El tiempo se encargó de vestir a
Don José con los rasgos propios de la decrepitud. La señora, que no se movía
por expectativas sino por su interés, no tardó en iniciar un juicio de
divorcio. Se fue a los tribunales, le quitó a los hijos y, por supuesto, el
dinero.
Bueno, cada quien sus
conclusiones. Queda entendido que un gobierno no lo mueven sólo las
expectativas sino intereses bien definidos. De la iniciativa privada mexicana,
que se debate entre el autoelogio y la victimización, me limitó a decir que no
tiene remedio.
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