Michoacán es un llamado a la
conciencia de quienes tienen responsabilidades públicas. La exposición y el
arraigo de Jesús Reyna, secretario de gobierno y gobernador interino que fuera
de Michoacán en el tiempo del gobernador constitucional Fausto Vallejo, exhibe
las consecuencias extremas del desprecio a la responsabilidad de administrar en
el ejercicio de altos cargos.
No todo es saber mover el
abanico, participar en reuniones discretas, hacer declaraciones a los medios,
placearse en comederos. Lo fundamental es que la administración funcione y lo
haga bien, en provecho de los gobernados. Cuando ese principio se pierde las
justificaciones sobran.
La autoridad judicial dice tener
indicios, que aspiran a ser datos firmen y contundentes, sobre la vinculación personal
y delictiva entre Jesús Reyna y la organización criminal de los “caballeros
templarios”. Si lo dice así es porque no quiere caer en el esquema fallido del “michoacanazo”
de triste memoria: una acción judicial que hace cinco años se dirigió en contra
de funcionarios de aquellas tierras y que concluyo con la rotundidad del
fracaso.
Jesús Reyna es más que un chivo
expiatorio, es paradigma del funcionario torcido, chueco en su proceder frente
a lo que está obligado por ley. Es anomalía a emular que llega a la jactancia,
en algunos casos, de reconocerse como la “plenitud del pinche poder”.
En la descomposición de Michoacán
y salvamento en marcha, Enrique Peña Nieto se ha agarrado de un clavo ardiendo.
Un ya basta más que un golpe de mano. La identidad del arraigado con el Partido
Revolucionario Institucional no fue suficiente para mantener el encubrimiento
que lo protegía. Michoacán es el mensaje a todos los gobernadores, presidentes
municipales, funcionarios públicos, a la clase política. Si es así, entonces
está en proceso una revolución de las costumbres burocráticas. Si no es así,
hasta aquí se llegó y que venga más de lo mismo. El pueblo es aguantador.
Como sea, la intervención federal
en Michoacán tiene un componente legitimador, pues las reformas han desgastado
al gobierno y las acciones en lo que va del año en materia de seguridad llaman
a legitimar con base en los resultados. Lo impredecible es la completa voluntad
de la clase política para subirse al barco hacia el rumbo del gobierno eficaz,
para decirlo de manera oficiosa. Y cuál será la reacción de los inversionistas,
ahora si se sentarán a la mesa que las ha puesto buena proporción de las
reformas peñistas, subirán al escenario que se les ha dispuesto para la
actuación de artífices del crecimiento económico.
Sólo así se podrá alcanzar el
respaldo receloso de una sociedad desconfiada, distanciada de lo público y que
vive con miedo.
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