La cargada publicitaria y el
autoelogio reformador van de la mano. La transformación ha “movido” a México.
El país es otro. Vámonos con tiento, con prudencia. La precisión es más
importante que la rapidez. La inteligencia tiene que someter a la astucia y no
al revés.
Los cambios en la Constitución y
en las leyes, impulsados por ciclónicas reformas llamadas estructurales no han
cambiado estructuras, si acaso, se ha dado un acomodamiento topológico de estructuras
preexistentes, reforzando ciertas realidades y oprimiendo otras.
La disputa por los beneficios de
las reformas apenas comienza. Una lucha entre élites empresariales por quedarse
con la mejor tajada del proceso reformador (energía, ferrocarriles,
telecomunicaciones) Mismas élites que pugnan por reducir el contenido social de
la reforma hacendaria y llegan a doblar al gobierno, es el caso de la minería.
Sin faltar la resistencia de los profesores a la reforma educativa.
Entramos a la etapa más difícil
de las reformas: la adoptación y adaptación de las reformas por parte de la
sociedad.
Hay que empezar por hacer las
cuentas claras antes de hacer las alegres. Considérese el primer tramo
reformador 1982-2012. Cuáles son los saldos de esas reformas para definir, como
dicen los planeadores, una línea base ¿La tenemos? A partir de las actuales
reformas hay cinco años para poder contrastar la línea base y obtener apenas
indicios de qué se ha movido en México y en qué sentido.
Mientras tanto resaltemos un
ámbito, el de la cultura, entendido en las significaciones sociales que
estudian las ciencias sociales: instituciones, hábitos, valores, ideologías,
religión, rituales y símbolos (Por cierto, no incluyo a las ciencias jurídicas,
se cuecen aparte y no soy abogado)
En ese ámbito de la cultura se
podrían establecer elementos de medida para verificar si la transformación
reformadora realmente ha movido a México.
Una primera delimitación empieza
por recuperar el señalamiento hecho por Pablo González Casanova en su obra viva
La Democracia en México (Ediciones
Era, 1995) acerca de la desproporción y oposición entre el México real y el
México formal. Seremos capaces de reducir el abismo.
Una segunda delimitación para
medir el alcance de las reformas se observaría en la modificación de la cultura
ladina que en 1959 describió Eric Wolf (Ediciones Era, 1967) Esa manera de
desplazarnos en dos códigos heredada de los caciques indios, que entendían el
lenguaje de los naturales y el otro, el de los conquistadores. Esa habilidad
cultural donde decir sí quiere decir no y viceversa, lo cual extendido,
socializado, nos lleva a formar dos esferas que se niegan y se afirman, ya en
secuencia incluso en simultaneidad, el ya mencionado México real y el México
formal. Seremos capaces de producir un lenguaje político directo, sin
ambigüedades.
Bueno, si verdaderamente se
quiere ir más allá de la publicidad.
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