En México se legisla por
aproximaciones y se rehúye a lo definitivo, encareciendo los buenos propósitos
o los principios bienhechores. El viernes 7 de febrero se publicó el decreto de
reformas constitucionales en materia de transparencia. De sus efectos
esperados: mejorar cualitativa y cuantitativamente el servicio público,
maximizar el uso de los recursos públicos con un manejo más transparente de la
información pública. Lo alcanzado en el pasado no ha sido suficiente, se ha
ahogado en la disputa electorera.
No fue suficiente el original
Artículo Sexto de la Constitución. Ni lo referente al Juicio Político que no le
quita el sueño al pintado y al despintado. Ni la Ley de Responsabilidades, ni
la de Procedimientos Administrativos. Salvedades y reservas no han faltado para
obstruir la transparencia y la rendición
de cuentas.
Recordémoslo, la aproximación ha
sido la regla, nunca la consumación. Siempre la celebración ritual de lo
alcanzado y su dejo de ya nunca más. Vicente Fox y la Ley de Transparencia, la
fundación del IFAI y una reforma constitucional (2005) impulsada desde la
sociedad civil.
Se potencia con la reforma
constitucional recién promulgada, la rendición de cuentas por la vía de la
centralización y la ampliación de los sujetos obligados (fideicomisos. Partidos
y sindicatos, etc.) En espera de su fundación en nuevo organismo autónomo que
sustituirá al IFAI ¿Comisión Nacional Anticorrupción? La expedición de una Ley
General y la reforma a la Ley de Transparencia.
Entonces, sólo entonces, la
honestidad en el ejercicio de los recursos públicos quedará por fin alumbrada.
Lo del ayer queda en el ayer. Mirar al futuro, positivamente. Por fortuna se
tiene un gobierno, un legislativo, audaz y visionario. No digo valiente para no
confundirlos con Pancho Pantera. O será que el país se ha mirado en el espejo
de Michoacán.
Por lo pronto, el presidente Peña
Nieto nos informa que la reforma constitucional decretada da cumplimiento a lo
que la gente ha exigido: cómo y en qué se aplican los recursos públicos. La
gente lo pidió y es suficiente. Aquí no vienen al caso las cifras
macroeconómicas, el inventario estadístico, las encuestas y el regodeo
tecnocrático de los datos duros. Para qué mentar la soga en la casa del
ahorcado.
Ni
una leve descripción del estado actual de la transparencia y la rendición de
cuentas como motivo de la reforma, no cabe descripción o narrativa que coloreé
la cañería de la corrupción, hasta la palabra está ausente en el discurso
presidencial. Tal vez porque el fondo del problema es biológico y social, está
en los genes, en usos y costumbres. Luego entonces, transformar no implica
poner la razón ilustrada a disposición para contrarrestar los designios de la
naturaleza y la tradición.
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