A propósito del vigésimo
aniversario de la vigencia del Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados
Unidos y México. Dos presidentes y un primer ministro se reunieron para seguir
alentando el acuerdo de América del Norte. Del Suchiate al casquete polar
Ártico.
Veinte años no son nada. Esta es
una exageración, obliga precisión, explicación. En qué sentido no son nada,
sólo en cuanto al léxico utilizado durante el transcurso y vida del TLC.
Lugares comunes, reiteraciones
obvias de un documento que norma el mercado entre los tres países: prosperidad,
región, competitividad, infraestructura, mercancía no podía faltar. Ahora con
mayor fuerza se habla de energía, seguridad, sin abundamientos luminosos para
el medio ambiente y la migración.
Ausentes están las palabras amor,
fraternidad, humanidad, pueblo, paz. Tal vez no se quiere dejar huella de
reminiscencias religiosas en el lenguaje. La lógica de suma cero del mercado no
lo permite. Por eso hablar de la desigualdad, de la pobreza no vino al caso.
Entre ellos hablaron, teniendo en
cuenta un destinatario privilegiado: los inversionistas. El poder de los tres gobiernos
al servicio de.
Adicionalmente, la Cumbre de
Norteamérica sirvió de marco de lo que quiso comunicar Barack Obama al mundo:
condenar la violencia de los gobiernos de Venezuela y Ucrania en contra de sus
respectivas oposiciones. Un ejemplo de lo que es no dar paso sin huarache.
Corrigiendo la exageración
inicial, es dable concluir lo mucho que ha pasado en México, el México del TLC:
desarticulación del sector agropecuario como proveedor de alimentos,
extranjerización de la Banca, incremento de la violencia criminal, caída en la
calidad de la educación, la obesidad como problema nacional de salud. Les
parece apocalíptico, pues está documentado oficialmente.
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