La palabra precedente, capturar: “Aprehender
a alguien que es o se reputa delincuente, y no se entrega voluntariamente”
(RAE). Volver a capturar al evadido, eso ha hecho la autoridad con Joaquín
Guzmán Loera, afamado capo que ha conquistado la lista de los ricachones
mundiales de la revista Forbes. Se
ha subsanado una singular y notoria falla del sistema penitenciario, de la cual
los principales responsables quedaron impunes.
La recaptura del malhechor puede
bonificar en el revestimiento de la desgastada legitimidad del gobernante. El prófugo
se hizo ubicuo, gracias a las coordenadas establecidas por tecnología de alta precisión.
Un acontecimiento exitoso que no merece ser explotado mediáticamente, estos es,
compararlo con la saga fallida de Eliot Ness. De algo debe servir la
experiencia lastimosa del sexenio pasado, aunque haya medios que quieran lucrar
con la reaprehensión del delincuente de ligas mayores haciendo una pobre
narrativa del detalle sin respetar la inteligencia de la audiencia.
Estamos ante un acontecimiento
que revela, de manera inmediata a las autoridades encargadas de la seguridad, toda
una estructura de complicidad que no se tiene que cantar hasta ajustarla al
debido proceso. Es de esperarse que los cómplices también sean alcanzados por
el brazo de la ley, que ahora sí haya condiciones para revertir el crecimiento
de la criminalidad.
Hay, también, una obligación de
trascender la nota roja, lo meramente policíaco. Esto es, encarar la
profundidad de lo criminal revelando las estructuras subyacentes que lo han
prohijado y estructurado como parte del cuerpo social, haciendo ver como
natural, como destino, la criminalidad (lo mismo se hace con la pobreza)
El caso es que para transformar
al país apenas se está bordando en la superficie de las normas jurídicas. Ir al
fondo, se ha dicho hasta el cansancio, significa entronizar la vigencia del
Estado de Derecho. Ir al fondo significa desmontar de su centralidad la
ideología del mercado que se erige falazmente en ley supralegal. Esto no quiere
decir propugnar por la desaparición del mercado, nada más ponerlo en un
horizonte civilizatorio, protector de las personas y del medio ambiente.
Revalorar el verbo proteger y desembarazarnos de esa fruición por descalificar
la protección como proteccionismo.
Recordar que la ley que hace
viable todo sistema social es proteger a sus miembros. Lo que no sucede cuando
nos confiamos cándidamente en los poderes salvíficos del mercado. Batallas le
sobran al gobierno, combinando lo sistemático con lo oportuno. En la mira está
Gastón Azcárraga, delincuente de cuello blanco, y los agraciados indebidamente
por el calderonismo, Felipe Calderón incluido. Nada más como entrada.
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