viernes, 28 de febrero de 2014

Malestar en la confianza


Cuando uno lee opiniones no oficiosas sobre el curso de la economía mexicana se percibe un malestar en la confianza. El publicista, del spot o de la opinión, queda en ridículo. El acompañamiento del proceso transformador no tiene la deseada euforia de los inversionistas, que se mantienen en cautela. Pero el publicista hace remilgos y compungido se limita a señalar a los agoreros del apocalipsis.

Ni la detención del enemigo público número uno, Joaquín Guzmán Loera, ha levantado el optimismo. Por el contrario, abre interrogantes sobre cierto dinamismo económico propiciado por la producción y el trasiego de drogas posiblemente afectado. El hecho de que jóvenes salgan a las calles de Culiacán a exigir la liberación del delincuente es un dato de hasta dónde tiene influencia la narcoeconomía. Un dato, entre otros más, en poder del aparato de seguridad.

Quiénes son estos jóvenes que salen en defensa del malhechor. Son los jóvenes excluidos de las bondades del mercado. Son los jóvenes desamparados por el Estado. Son los jóvenes que fueron reclutados por el crimen organizado.

Hace bien el gobierno en no caer en triunfalismos pues todavía no ha enfrentado la inconformidad en toda la extensión posible, en proporción de la descomposición social imperante: el cierre de vialidades para protestar la falta de servicios públicos o de empleo, la explosión de la mendicidad, por mencionar lo que ocurre en la Ciudad de México. Por no mencionar las autodefensas que surgen en varios estados de la república.

Por eso, la reactivación de la economía y la distribución de lo que produce no se puede diferir por más tiempo. Es la economía la que puede poner en la picota al gobierno, una economía que no está en sus manos. Una economía de crecimiento mediocre que no deja de producir ganancias exorbitantes para quienes la controlan. Ellos están bien.

Parafraseando y, sobre todo, radicalizando la pregunta de Safranski: ¿Cuánta propiedad privada puede soportar el planeta? Lo planteo porque en este mundo sin ideologías, el apetito de la apropiación subyuga a todos los miembros de la sociedad sin distinción de clase. La apropiación tiene un límite y lo infinito conspira en contra de su realización. Los bienes son escasos. Se apañan por la vía mercantil, fiscal o delictiva, al grado de borrar los límites entre los accesos mencionados.
 

Abusando de Jaques Derrida, ya no hay amigos ni enemigos. “En la ‘gran política’, y no en aquella de la que nos hablan los politólogos y los políticos, a veces también los ciudadanos de la democracia moderna, la política de la opinión”. Se vive “justamente una terrible sacudida en la estructura  o la experiencia de la pertenencia. Y en consecuencia de la propiedad. De la pertenencia y la partición comunitaria: la religión, la familia, la etnia, la nación, la patria, el país, el Estado, la humanidad misma, el amor y la amistad, la ‘querencia’, pública o privada. Pertenecemos a esa sacudida, si eso es posible, temblamos en ella. Nos atraviesa, nos estremece. Le pertenecemos sin pertenecerle”



Por eso debería alarmarnos que jóvenes salgan a la calle en defensa de un delincuente. Lo que no debe extrañarnos pues los mismos legisladores han privado a los jóvenes de la educación media superior del estudio de la Filosofía. No hay porqué estar extrañados. Y esos legisladores que siguen ahí, cambiando curul por escaño y viceversa, no sienten vergüenza.

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