Cuando uno lee opiniones no
oficiosas sobre el curso de la economía mexicana se percibe un malestar en la
confianza. El publicista, del spot o de la opinión, queda en ridículo. El
acompañamiento del proceso transformador no tiene la deseada euforia de los inversionistas,
que se mantienen en cautela. Pero el publicista hace remilgos y compungido se
limita a señalar a los agoreros del apocalipsis.
Ni la detención del enemigo
público número uno, Joaquín Guzmán Loera, ha levantado el optimismo. Por el
contrario, abre interrogantes sobre cierto dinamismo económico propiciado por
la producción y el trasiego de drogas posiblemente afectado. El hecho de que
jóvenes salgan a las calles de Culiacán a exigir la liberación del delincuente
es un dato de hasta dónde tiene influencia la narcoeconomía. Un dato, entre
otros más, en poder del aparato de seguridad.
Quiénes son estos jóvenes que
salen en defensa del malhechor. Son los jóvenes excluidos de las bondades del
mercado. Son los jóvenes desamparados por el Estado. Son los jóvenes que fueron
reclutados por el crimen organizado.
Hace bien el gobierno en no caer
en triunfalismos pues todavía no ha enfrentado la inconformidad en toda la
extensión posible, en proporción de la descomposición social imperante: el
cierre de vialidades para protestar la falta de servicios públicos o de empleo,
la explosión de la mendicidad, por mencionar lo que ocurre en la Ciudad de
México. Por no mencionar las autodefensas que surgen en varios estados de la
república.
Por eso, la reactivación de la
economía y la distribución de lo que produce no se puede diferir por más
tiempo. Es la economía la que puede poner en la picota al gobierno, una
economía que no está en sus manos. Una economía de crecimiento mediocre que no
deja de producir ganancias exorbitantes para quienes la controlan. Ellos están
bien.
Parafraseando y, sobre todo,
radicalizando la pregunta de Safranski: ¿Cuánta propiedad privada puede
soportar el planeta? Lo planteo porque en este mundo sin ideologías, el apetito
de la apropiación subyuga a todos los miembros de la sociedad sin distinción de
clase. La apropiación tiene un límite y lo infinito conspira en contra de su
realización. Los bienes son escasos. Se apañan por la vía mercantil, fiscal o
delictiva, al grado de borrar los límites entre los accesos mencionados.
Abusando de Jaques Derrida, ya no
hay amigos ni enemigos. “En la ‘gran política’, y no en aquella de la que nos
hablan los politólogos y los políticos, a veces también los ciudadanos de la
democracia moderna, la política de la opinión”. Se vive “justamente una terrible
sacudida en la estructura o la
experiencia de la pertenencia. Y en consecuencia de la propiedad. De la
pertenencia y la partición comunitaria: la religión, la familia, la etnia, la
nación, la patria, el país, el Estado, la humanidad misma, el amor y la
amistad, la ‘querencia’, pública o privada. Pertenecemos a esa sacudida, si eso
es posible, temblamos en ella. Nos atraviesa, nos estremece. Le pertenecemos
sin pertenecerle”
Por eso debería alarmarnos que
jóvenes salgan a la calle en defensa de un delincuente. Lo que no debe
extrañarnos pues los mismos legisladores han privado a los jóvenes de la
educación media superior del estudio de la Filosofía. No hay porqué estar
extrañados. Y esos legisladores que siguen ahí, cambiando curul por escaño y
viceversa, no sienten vergüenza.
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