martes, 28 de enero de 2014

El orden de las alianzas


Durante décadas, el orden político expresado en la Constitución fue fiel reflejo del pacto corporativo: campesinos, obreros y sector popular, en éste último se acomodaban desde burócratas, profesores y hasta empresarios.

Con paciencia y persistencia, ese orden fue desmontado y ahora se le estigmatiza como un mito (César Camacho dixit) sin cerciorarse de lo que se dice, mucho menos ruborizarse.

El largo proceso reformador ha roto recientemente la alianza histórica del régimen con los trabajadores. Ya se piensa en finiquitar lo que queda de otra alianza histórica, los campesinos.

El orden de las alianzas ha quedado modificado. De un lado está la clase política con fachada pluripartidista, del otro, los grandes consorcios empresariales. Un pacto no escrito de beneficio mutuo, el pacto de los cuates. De un lado se administra el poder, del otro, se concentra la riqueza en pocas manos. Un modelo nada original, mucho menos moderno. Bástenos con mirar allende el Río Bravo.

Este orden ha tenido su costo: desatención de la sociedad civil y los territorios de la vida local. Realmente se está dispuesto a proseguir con ese costo que nos ha traído el colapso de lo público, empezando por los municipios que son un desastre aunque se ponga en el aparador al Ejecutivo federal: servicios de salud insuficientes, de dudosa universalidad; la mala educación por haber hecho de los profesores promotores de voto (omisión de la reforma educativa cacareada); poner al mejor postor los recurso naturales (bienes comunes); un orden que supone a las fuerzas del mercado como la base primigenia y cornucopia, sin advertir que ese incesante llamado a los mercados puede y es decodificado efectivamente como una incitación al robo. Recordemos, en el origen fue el robo. Digo, por si a alguien se le olvido. De ahí en adelante la criminalidad, la corrupción, son fuente de riqueza que no requiere explicación, simplemente es un atentado a la legalidad que se tolera.

Es el orden que se ha creado ¿Es justo heredarlo así a nuestros hijos? Convocarlos a no leer, a no estudiar, convertirlos en estraperlistas y fulleros de cualquier ralea. La actual alianza elitista nos está matando, no se puede llamar consenso a una deliberación tan restringida. Nuestros letrados legisladores deberían tener una concepción más elevada del consenso, verdaderamente inclusiva. Sé que si no leen las iniciativas a conciencia no tienen por qué atender recomendaciones literarias de un desconocido. Pero nada les cuesta visitar la obra Nathan el sabio, un monumento al consenso surgido de la imaginación de Gotthold Ephraim Lessing. En dicha obra se nos enseña cómo pueden convivir cristianos, judíos y musulmanes. Con la exclusión perdemos todos.


Hoy desde el PRI se celebra a los intelectuales de derecha, créanme que no se los agradecen, los siguen despreciando. Lo peor es que no se quiere recurrir a la experiencia histórica. En 1913 un golpe de Estado fue una solución elitista para resolver las diferencias entre los mexicanos. No fue tal. Cien años después las élites tropiezan con la misma piedra, las reformas se venden como la solución de todos nuestros males.

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