Durante décadas, el orden
político expresado en la Constitución fue fiel reflejo del pacto corporativo:
campesinos, obreros y sector popular, en éste último se acomodaban desde
burócratas, profesores y hasta empresarios.
Con paciencia y persistencia, ese
orden fue desmontado y ahora se le estigmatiza como un mito (César Camacho dixit) sin cerciorarse de lo que se
dice, mucho menos ruborizarse.
El largo proceso reformador ha
roto recientemente la alianza histórica del régimen con los trabajadores. Ya se
piensa en finiquitar lo que queda de otra alianza histórica, los campesinos.
El orden de las alianzas ha
quedado modificado. De un lado está la clase política con fachada
pluripartidista, del otro, los grandes consorcios empresariales. Un pacto no
escrito de beneficio mutuo, el pacto de los cuates. De un lado se administra el
poder, del otro, se concentra la riqueza en pocas manos. Un modelo nada
original, mucho menos moderno. Bástenos con mirar allende el Río Bravo.
Este orden ha tenido su costo:
desatención de la sociedad civil y los territorios de la vida local. Realmente
se está dispuesto a proseguir con ese costo que nos ha traído el colapso de lo
público, empezando por los municipios que son un desastre aunque se ponga en el
aparador al Ejecutivo federal: servicios de salud insuficientes, de dudosa
universalidad; la mala educación por haber hecho de los profesores promotores de
voto (omisión de la reforma educativa cacareada); poner al mejor postor los
recurso naturales (bienes comunes); un orden que supone a las fuerzas del
mercado como la base primigenia y cornucopia, sin advertir que ese incesante
llamado a los mercados puede y es decodificado efectivamente como una
incitación al robo. Recordemos, en el origen fue el robo. Digo, por si a
alguien se le olvido. De ahí en adelante la criminalidad, la corrupción, son
fuente de riqueza que no requiere explicación, simplemente es un atentado a la
legalidad que se tolera.
Es el orden que se ha creado ¿Es
justo heredarlo así a nuestros hijos? Convocarlos a no leer, a no estudiar,
convertirlos en estraperlistas y fulleros de cualquier ralea. La actual alianza
elitista nos está matando, no se puede llamar consenso a una deliberación tan
restringida. Nuestros letrados legisladores deberían tener una concepción más
elevada del consenso, verdaderamente inclusiva. Sé que si no leen las
iniciativas a conciencia no tienen por qué atender recomendaciones literarias
de un desconocido. Pero nada les cuesta visitar la obra Nathan el sabio, un monumento al consenso surgido de la imaginación
de Gotthold Ephraim Lessing. En dicha obra se nos enseña cómo pueden convivir
cristianos, judíos y musulmanes. Con la exclusión perdemos todos.
Hoy desde el PRI se celebra a los
intelectuales de derecha, créanme que no se los agradecen, los siguen
despreciando. Lo peor es que no se quiere recurrir a la experiencia histórica.
En 1913 un golpe de Estado fue una solución elitista para resolver las diferencias
entre los mexicanos. No fue tal. Cien años después las élites tropiezan con la
misma piedra, las reformas se venden como la solución de todos nuestros males.
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