La reforma energética, avanza,
feliz o infelizmente. La globalidad se impone, el egoísmo manda. Ecumene es derrotado, el amor al prójimo
se extingue. Es una lectura personal, me es difícil hablar por la lectura de
los legisladores pues se duda de que la hayan leído a fondo, no lo suficiente
como para montarse en el “fast track”.
Tampoco se puede elogiar lo
fenecido, muerto estaba ya desde antes del proceso legislativo, pues a su
amparo a los energéticos propiedad de la nación les pasó lo que al tamal de la
tía Cleta, se lo fueron acabando a probadas de particulares. Tantas
inconsistencias en la política energética han ido dilapidando ésa riqueza
nacional del subsuelo. Qué sabemos de PEMEX Internacional, ente sin escrutinio
público. Qué decir de los arreglos que ordenó Zedillo como los pidiregas o de
la abierta violación a la ley en tiempos del PAN. La familia Mouriño, de
Galicia, España, son demostración de que el nacionalismo energético estaba por
los suelos, así como la ordeña de los ductos de PEMEX, por parte de la
delincuencia, son emblema del abandono oficial previo a la reforma.
La reforma tiene dedicatoria,
inversionistas y empresas a modo, depredadores probados. Ni yo, ni mis
lectores, tampoco el Perico de los palotes estamos en la puja.
En la reforma hay omisiones, las
prisas o el analfabetismo funcional de los legisladores. Nunca antes el
calificativo funcional fue tan preciso.
Primera omisión: la seguridad
desaparece prácticamente.
Segunda omisión: medio ambiente,
no se ven medidas de prevención y protección.
Tercera omisión: tampoco de habla
de evitar y sancionar la corrupción.
Bajo estas condiciones, la
propiedad de la nación es un resabio inoperante. Cuando entren en acción las
grandes compañías del rubro energético, que se llevarán muy bien con la
administración de turno, sea del partido que sea, compartirán la renta
petrolera con la alta burocracia. No les interesa el desarrollo, ni los
cuidados al medio ambiente. Veremos entonces como nos fue en la feria.
Con ganas releeré a Juan José
Arreola en ese relato de pedacería popular que es La Feria (Editorial Joaquín Mortiz). Historia de un pueblo que
alguna vez se llamó Zapotlán el Grande, ejemplo de nuestro destino bizarro:
religión y política, religiosidad y legalidad se unen para convertirnos en un
país de risa, de la “jodidez” consagrada para el regocijo de las élites del
poder.
“- Todo el año parecemos
coheteros, nomás pensando en la feria y llenándonos de pólvora la cabeza, para
que a la hora de la hora, todas la ilusiones se nos seben…”
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