lunes, 7 de octubre de 2013

Cúpulas, partidos, instituciones

Entramos al onceavo mes de la administración de Enrique Peña Nieto. Bien o mal, el Presidente ha puesto en juego todas sus cartas reformadoras. En la creencia de reformar en el principio de una gestión porque después la negociación se encarece –como si su abundancia fuera constante. Vendrán los comicios federales con sus propios arreglos oportunistas (coaliciones que no tienen beneficio para la población) Además, el primer año de un gobierno con origen democrático es cuando más fuerza y expectativas agrega.
Seguramente el rostro del país imaginado, no bien descrito hasta ahora, no lo verá la presente administración. Se jugaron las cartas apostándole a la continuidad sibilina y las tres reformas por concluir –energética, hacendaria y política- darán cuenta de lo que se intentó y se pudo.
Se ve con claridad como las cúpulas empresariales, principales beneficiarias de las reformas, se oponen a la reforma hacendaria para dejar a salvo su elección: primero es la codicia. Ponen de parapeto a la clase media y toman partido. Las cúpulas empresariales, gustosas siempre de considerarse apolíticas y apartidistas, tienen en el Partido Acción Nacional el mejor promotor de sus intereses.
De los partidos, situados en la mezquindad, encuentran en la proyectada reforma electoral nuevos recursos para sobrevivir a expensas de la sociedad. Hay quienes ven en dicha reforma el chantaje a través del cual transitarán las reformas que actualmente están en el Congreso. Y por qué no de una vez, si se planea un nuevo árbitro de una vez se somete a subasta todas las siglas partidistas y se convoca a la creación de nuevos partidos.
En este momento, Peña Nieto es consciente de que en cuanto a reformas se hizo lo que se pudo. Significa esta conclusión que el gobierno actual se acabó. No. Esa conclusión es una estupidez. El gobierno, sí, llegará a una redefinición obligada por las reformas que él mismo impulsó y por el inmovilismo inconfeso de la variopinta coalición opositora.
Ahora toca observar a las instituciones gubernamentales, las nuevas y las que han sobrevivido, en su desgaste o en su inutilidad de origen. Es suficiente, diría yo un exceso, un año al frente de las instituciones del país como para tener identificado qué y quiénes funcionan. Sacudir en serio la administración pública federal para reducir la corrupción y brindar mejores servicios a la nación. El pretexto de la resistencia al cambio, los poderes fácticos –el que gusten CCE o CNTE- y los intereses partidistas, tienen que dejar de ser el obstáculo para que el gobierno, el aparato y el servicio públicos, sirvan realmente a la gente. Esa es la gran tarea, tal vez inesperada, que le queda al Presidente. De su decisión depende abrir un horizonte a un régimen democrático de derecho socialmente responsable, haciendo que la democracia no se agote en los procesos electorales sino que se ensanche y consolide en una democracia para todos, incluyente. No en exclusividad para un decil de la sociedad, el que concentra la riqueza.

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