lunes, 14 de octubre de 2013

El príncipe posmoderno


En las notas que elaboró Antonio Gramsci durante su reclusión, el político del Partido Comunista Italiano hacia un ejercicio de aclaramiento de ideas con todas las desventajas en su condición de preso político: sin interlocutores, sin una biblioteca actualizada. En esas notas queda registrada una afirmación sobre el moderno príncipe que “no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de la sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político”. A los tiempos actuales dicha afirmación tendría que ser ajustada o reformulada visto que el partido político está lejos de cumplir con la realización de una voluntad colectiva.

En la actualidad, el organismo con la intención y la capacidad de formar voluntad colectiva, así sea en la publicidad que alienta el consumismo y de manera más acabada en su expresión de industria del entretenimiento, que está al margen y por encima de los partidos políticos, es el consorcio corporativo, en el que se agrupan los grandes capitales del sector financiero, de las telecomunicaciones, de la industria y el comercio, imponiéndose y modulando de acuerdo a sus intereses particulares las decisiones del poder político.

Veo como en México los partidos se dirigen con temor y respeto forzado al gran capital, atentos a no descuidar las señales que emiten los mercados. Medrosos, los partidos se conforman como una burocracia sui generis, sin responsabilidades bajo un efectivo escrutinio público, su papel se restringe en dar fe y credibilidad a la democracia electoral, cumplir con una representación teatral. Y cuando miembros de los partidos acceden a las responsabilidades de gobierno, de inmediato dejan en claro que no son una amenaza para el mercado.

El consorcio privado, va diversificando actividades y está facultado para desempeñarse en un ámbito trasnacional, es el príncipe posmoderno. No le importa formar una voluntad colectiva sino promover sus interese particulares. No le interesa el ciudadano en tanto portador de derechos políticos, para eso tiene al sujeto que responde mejor a los intereses del consorcio: el consumidor. Es este novísimo príncipe quien tiene la fuerza para imponer su voz a toda la sociedad, al Estado entero. No por casualidad el serial de reformas ha pasado por la obligada aduana de los dueños de México, quienes han mostrado su musculo para detener lo que no les gusta, el trato que le han dado a la reforma hacendaria es elocuente. Ellos deciden que pasa y que no, cuentan con el chantaje de la desinversión y con la reproducción segura y fiel de sus intereses en la mayoría de los medios de comunicación que controlan. No requieren salir a la calle, ni formar tendencias en las redes sociales, pero sí están en disposición de cooptar partidos enteros como el de Acción Nacional.

Cuando se escriba la historia de estos tiempos, con ojos de historiador, se dará cuenta del giro que dio el país desde 1983, se describirá un país profundamente dividido por la desigualdad, lacerado por la pobreza de sus habitantes y el incontenible deterioro ambiental. Eso sí, con 35 mexicanos en la lista de Forbes. Entonces la democracia electoral y el pluripartidismo se verán como un dato menor, incapaz de generar una extendida calidad de vida, donde la estafa, el fraude, el robo y las actividades delictivas en general se convirtieron en opción a elegir.

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