En las notas que elaboró Antonio
Gramsci durante su reclusión, el político del Partido Comunista Italiano hacia
un ejercicio de aclaramiento de ideas con todas las desventajas en su condición
de preso político: sin interlocutores, sin una biblioteca actualizada. En esas
notas queda registrada una afirmación sobre el moderno príncipe que “no puede
ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un
elemento de la sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad
colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha
sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político”. A los tiempos
actuales dicha afirmación tendría que ser ajustada o reformulada visto que el
partido político está lejos de cumplir con la realización de una voluntad
colectiva.
En la actualidad, el organismo
con la intención y la capacidad de formar voluntad colectiva, así sea en la
publicidad que alienta el consumismo y de manera más acabada en su expresión de
industria del entretenimiento, que está al margen y por encima de los partidos
políticos, es el consorcio corporativo, en el que se agrupan los grandes
capitales del sector financiero, de las telecomunicaciones, de la industria y el
comercio, imponiéndose y modulando de acuerdo a sus intereses particulares las
decisiones del poder político.
Veo como en México los partidos
se dirigen con temor y respeto forzado al gran capital, atentos a no descuidar
las señales que emiten los mercados. Medrosos, los partidos se conforman como
una burocracia sui generis, sin
responsabilidades bajo un efectivo escrutinio público, su papel se restringe en
dar fe y credibilidad a la democracia electoral, cumplir con una representación
teatral. Y cuando miembros de los partidos acceden a las responsabilidades de
gobierno, de inmediato dejan en claro que no son una amenaza para el mercado.
El consorcio privado, va
diversificando actividades y está facultado para desempeñarse en un ámbito
trasnacional, es el príncipe posmoderno. No le importa formar una voluntad
colectiva sino promover sus interese particulares. No le interesa el ciudadano
en tanto portador de derechos políticos, para eso tiene al sujeto que responde
mejor a los intereses del consorcio: el consumidor. Es este novísimo príncipe
quien tiene la fuerza para imponer su voz a toda la sociedad, al Estado entero.
No por casualidad el serial de reformas ha pasado por la obligada aduana de los
dueños de México, quienes han mostrado su musculo para detener lo que no les
gusta, el trato que le han dado a la reforma hacendaria es elocuente. Ellos
deciden que pasa y que no, cuentan con el chantaje de la desinversión y con la
reproducción segura y fiel de sus intereses en la mayoría de los medios de
comunicación que controlan. No requieren salir a la calle, ni formar tendencias
en las redes sociales, pero sí están en disposición de cooptar partidos enteros
como el de Acción Nacional.
Cuando se escriba la historia de
estos tiempos, con ojos de historiador, se dará cuenta del giro que dio el país
desde 1983, se describirá un país profundamente dividido por la desigualdad,
lacerado por la pobreza de sus habitantes y el incontenible deterioro ambiental.
Eso sí, con 35 mexicanos en la lista de Forbes. Entonces la democracia
electoral y el pluripartidismo se verán como un dato menor, incapaz de generar
una extendida calidad de vida, donde la estafa, el fraude, el robo y las actividades
delictivas en general se convirtieron en opción a elegir.
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