martes, 4 de junio de 2013

A revisión


Dejé reposar desde muy temprano este texto, no hay motivo para destruirlo. Sí vale hacerle modificaciones. Ahí les voy.

Corre más de una semana desde que el domingo 26 en las redes se reportó la “desaparición” o “secuestro” de “11” o “12” jóvenes que supuestamente estaban en un antro de la Zona Rosa en la Ciudad de México. La información ha sido confusa, aun así se ha mantenido la atención morbosa. Tinta e internet han corrido sobre enigmático suceso utilizado para tundirle al jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera. Se podrá decir que no es falta de resolución de la autoridad capitalina, sólo obligada prudencia ante lo que pudiere ser un cuatro, una trampa tendida a la autoridad.

La falta de información verificada ha dado rienda suelta a las conjeturas, conspiraciones, especulaciones y nada queda claro.

Mientras se espera que la investigación judicial progrese en firme, vale preguntarnos sobre las condiciones imperantes que llevan ya no sólo a individuos, sino a familias, barrios o comunidades, ya sea parcialmente, a vincularse a las actividades, al meollo del asunto me oye. No limitarnos a observar la actividad delictiva y la violencia que se genera bajo el encuadre del código penal, la intervención del MP, jueces, policías y centros de reclusión, sino desde el ángulo de la descomposición social.

Desde su origen y en su desarrollo, la acumulación de capital no ha estado ajena a la comisión de delitos. Por eso no debe extrañarnos en estos tiempos, en los que se ha dotado al mercado de poderes mágicos y, consecuentemente, las disminuidas o subrogadas atribuciones del Estado en beneficio de la fluidez de la oferta y la demanda. En este tenor, la seguridad resultó afectada, con la consecuencia de que la pendiente de la violencia no encuentra punto de tendencia a la baja.

Delito y capitalismo no es una extraña línea de investigación económica y social. El dinero es el incentivo mayor de las actividades delictivas. Pero de eso poco ocupan medios y autoridades. Todo sea por no espantar a los capitales. ¡Ajá!

Sucede que hay una disposición tácita a no mentar la soga en casa del ahorcado, esto es, debatir acerca de los límites al funcionamiento del capitalismo no está en la agenda nacional, ni siquiera por consideración a una prioridad del Estado como lo es la seguridad.

Es el caso del medio ambiente. Ayer lunes tres de junio, el presidente Enrique Peña Nieto dio inicio a la semana nacional en cuidado de los recursos naturales. Un evento presidencial que resultó de bajo perfil, asaz burocrático, una franca continuidad sibilina de administraciones anteriores, esto es, sin la vehemencia transformadora característica de Peña Nieto. Esto ha sido así porque los burócratas del sector han instrumentalizado la disciplina de la ecología hasta degradarla a simple ideología. El medio ambiente, el sector más joven de la administración pública federal, ha conformado a través de autorizaciones, permisos, licencias, subsidios y presupuesto, un apetitoso coctel para la corrupción. Por eso, el tema de los recursos naturales sigue siendo periférico en el gobierno, carente de centralidad.

Embalados en la continuidad sibilina, los burócratas embaucan al Presidente en una estrategia en contra del cambio climático, cuando es sabido que el planeta naturalmente tiene su ciclo de enfriamiento y calentamiento. Cuando de lo que verdaderamente se trata es de una estrategia que pretende combatir las actividades que dañan al medio ambiente. Una estrategia con esos propósitos tiene que pensarse como una sería revisión del funcionamiento del capitalismo y ese es el tamaño de la omisión presidencial. Es demostrado que desde la revolución industrial la afectación del planeta por la mano del hombre se ha multiplicado. Los burócratas al menos deberían consultar la obra de Bataille (La Parte Maldita) de Mumford (Técnica y civilización) y, particularmente, a Polanyi (La Gran Transformación)

Con lo expuesto quiero concluir acerca de lo imperioso que resulta para los gobiernos que se proponen transformar poner a revisión el funcionamiento del capitalismo. No hablo de abolición, sino de un ajuste necesario para evitar una crisis humanitaria por causa de la inseguridad y del deterioro del medio ambiente.

 

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