Dejé reposar desde muy temprano
este texto, no hay motivo para destruirlo. Sí vale hacerle modificaciones. Ahí
les voy.
Corre más de una semana desde que
el domingo 26 en las redes se reportó la “desaparición” o “secuestro” de “11” o
“12” jóvenes que supuestamente estaban en un antro de la Zona Rosa en la Ciudad
de México. La información ha sido confusa, aun así se ha mantenido la atención
morbosa. Tinta e internet han corrido sobre enigmático suceso utilizado para
tundirle al jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera. Se podrá decir que no es
falta de resolución de la autoridad capitalina, sólo obligada prudencia ante lo
que pudiere ser un cuatro, una trampa tendida a la autoridad.
La falta de información
verificada ha dado rienda suelta a las conjeturas, conspiraciones,
especulaciones y nada queda claro.
Mientras se espera que la
investigación judicial progrese en firme, vale preguntarnos sobre las
condiciones imperantes que llevan ya no sólo a individuos, sino a familias,
barrios o comunidades, ya sea parcialmente, a vincularse a las actividades, al
meollo del asunto me oye. No limitarnos a observar la actividad delictiva y la
violencia que se genera bajo el encuadre del código penal, la intervención del MP,
jueces, policías y centros de reclusión, sino desde el ángulo de la
descomposición social.
Desde su origen y en su
desarrollo, la acumulación de capital no ha estado ajena a la comisión de
delitos. Por eso no debe extrañarnos en estos tiempos, en los que se ha dotado
al mercado de poderes mágicos y, consecuentemente, las disminuidas o subrogadas
atribuciones del Estado en beneficio de la fluidez de la oferta y la demanda.
En este tenor, la seguridad resultó afectada, con la consecuencia de que
la pendiente de la violencia no encuentra punto de tendencia a la baja.
Delito y capitalismo no es una extraña
línea de investigación económica y social. El dinero es el incentivo mayor de
las actividades delictivas. Pero de eso poco ocupan medios y autoridades. Todo
sea por no espantar a los capitales. ¡Ajá!
Sucede que hay una disposición
tácita a no mentar la soga en casa del ahorcado, esto es, debatir acerca de los
límites al funcionamiento del capitalismo no está en la agenda nacional, ni
siquiera por consideración a una prioridad del Estado como lo es la seguridad.
Es el caso del medio ambiente.
Ayer lunes tres de junio, el presidente Enrique Peña Nieto dio inicio a la semana
nacional en cuidado de los recursos naturales. Un evento presidencial que
resultó de bajo perfil, asaz burocrático, una franca continuidad sibilina de
administraciones anteriores, esto es, sin la vehemencia transformadora
característica de Peña Nieto. Esto ha sido así porque los burócratas del sector
han instrumentalizado la disciplina de la ecología hasta degradarla a simple
ideología. El medio ambiente, el sector más joven de la administración pública
federal, ha conformado a través de autorizaciones, permisos, licencias, subsidios
y presupuesto, un apetitoso coctel para la corrupción. Por eso, el tema de los
recursos naturales sigue siendo periférico en el gobierno, carente de
centralidad.
Embalados en la continuidad
sibilina, los burócratas embaucan al Presidente en una estrategia en contra del
cambio climático, cuando es sabido que el planeta naturalmente tiene su ciclo
de enfriamiento y calentamiento. Cuando de lo que verdaderamente se trata es de
una estrategia que pretende combatir las actividades que dañan al medio
ambiente. Una estrategia con esos propósitos tiene que pensarse como una sería
revisión del funcionamiento del capitalismo y ese es el tamaño de la omisión
presidencial. Es demostrado que desde la revolución industrial la afectación
del planeta por la mano del hombre se ha multiplicado. Los burócratas al menos
deberían consultar la obra de Bataille (La Parte Maldita) de Mumford (Técnica y
civilización) y, particularmente, a Polanyi (La Gran Transformación)
Con lo expuesto quiero concluir
acerca de lo imperioso que resulta para los gobiernos que se proponen
transformar poner a revisión el funcionamiento del capitalismo. No hablo de
abolición, sino de un ajuste necesario para evitar una crisis humanitaria por
causa de la inseguridad y del deterioro del medio ambiente.
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