Se han cumplido prácticamente
seis meses del gobierno del presidente Peña Nieto y la adversidad se le hace
presente. Aunque no se exprese en esos términos, en la prensa encontramos
elementos de una confrontación del calderonismo y su líder nato en contra de
Peña Nieto.
Felipe Calderón dejó casi
inservible el aparato público y la nueva administración no termina de agarrar
los fierros. Como ninguno, Calderón fortaleció las actividades delictivas, con
él creció el crimen organizado y las incapacidades institucionales para
detenerlo. No menos desgraciado fue la total subordinación del sector público
al privado, a sus cúpulas para ser exacto. Acostumbrados a imponer condiciones
no entienden la complicada situación del país, prefieren hacerle el juego al
expresidente y rezongan por cualquier modificación a sus privilegios que se
proponga el actual gobierno.
A todos nos queda claro: Peña
Nieto no es un revolucionario, mucho menos de corte anticapitalista. Sí tiene
la sensibilidad suficiente como para darse cuenta de un capitalismo que sirve
para alimentar la lista de Forbes con el costo de la desigualdad social
extrema, de mala alimentación y con hambrientos no es incluyente. Un capitalismo así, que
propicia altos niveles de polarización social, no hay gobierno democrático que
lo resista.
La pugna al interior del Partido
Acción Nacional es subproducto de la confrontación arriba señalada. Con todo,
no es una pugna determinante para los destinos del país. Lo explosivo es que se
afirme y consolide una alianza antigubernamental del calderonismo y un sector
de los empresarios en contra de Peña Nieto. Ésa alianza es la fuerza política
que ha puesto condiciones, obstáculos, a sortear para alcanzar los propósitos
del actual gobierno.
De lo que se resuelva en esta
disputa elitista por la nación, dependerá si el país sigue el curso del
retroceso derechista o si realmente se abre una nueva era de bienestar para los
mexicanos.
Un tema en el que se puede expresar
la coyuntura señalada es el de la productividad. Esta semana, el presidente
Peña Nieto tomó protesta a los integrantes del Comité Nacional de Productividad en el Palacio Nacional. Allí nos
dijo, que no obstante los bajos salarios y el número de horas trabajadas por
trabajador (dentro del universo de los países que conforman la OCDE) esas
variables no se ven reflejadas en la productividad. Y digo yo, así se hagan
reformas como la laboral, que en el fondo no es más que una desregulación de la
contratación de la mano de obra que, por cierto, no modificó la realidad
imperante, sólo sancionó lo que ya estaba en los hechos. Una desregulación con
incidencia leve en la productividad.
La productividad potenciada desde
el aprovechamiento de la mano de obra parece tener un componente sugerido en el
programa especial para democratizar la productividad. El punto es la gestión de
los recursos humanos. La mayoría de las empresas fallan en la gerencia de sus
recursos humanos y es responsabilidad plena de cada empresa, el gobierno como
tal tiene poco que ver. La principal falla en la gestión parte del desprecio al
trabajador, la falta de respeto, su reducción a la condición de cosa.
Si se quiere realmente aumentar
la productividad es necesaria una revolución en la dirección de los recursos humanos.
Lamentablemente no hay disposición empresarial a pensar una revolución de esta
naturaleza. La resonancia del México Bárbaro no se ha extinguido. Y los aliados
de Calderón no quieren que se extinga, prefieren estirar la liga de la
sobreexplotación. Y al interior del gobierno el Estatuto de los trabajadores de
base y la Ley Burocrática de los empleados de confianza le impiden poner el
ejemplo sobre un mejor manejo de los recursos humanos.
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