domingo, 19 de mayo de 2013

Balde de agua sucia


El pobre desempeño del crecimiento económico informado por las autoridades financieras, recién la semana que concluyó, ha modificado a la baja las expectativas del crecimiento para este año. Un verdadero balde de agua sucia sobre un gobierno que quiere transformar a México. Digo sucia porque empaña como con suciedad el buen ánimo reformista. No me refiero al balde de agua fría porque en estos momentos sería muy refrescante.

El asunto es por qué persistir en un modelo económico que alienta la codicia y es prácticamente ingobernable. Un modelo de quienes sus beneficiarios son pocos y esos pocos han adquirido un poder que empequeñece a los poderes públicos.

Lo económico no lo es todo, por ello se ensayan las reformas políticas. Una tras otra, sin encontrar la fórmula definitiva. Lo que se logra siempre se hace menos con lo que falta. Será que falta, sí, una reforma de los políticos, quienes instalados en su zona de confort evitan por sistema un contacto real con la sociedad, salvo si se trata de una puesta en escena para sugerir que la gente sí les interesa.

Así vamos, entre una economía que se autodestruye mientras considera la depresión de los salarios y el desempleo como la vía más cómoda al enriquecimiento. Y no se diga de los banqueros, castigan a sus acreditados y a sus ahorradores.

La política no se queda atrás. La democracia no hace mejores gobiernos, ni ofrece mayor seguridad mientras los políticos dispuestos en el servicio público no hagan lo que la ley les obliga.

Esta falta de empatía de las élites hacia la gente está creando un creciente desafecto hacia las normas establecidas en general. Ser abusivo es lo de hoy. Hay una separación, que quiere ser abismo, entre lo que dictan las empresas y los líderes políticos respecto de lo que demanda la mayoría de la gente, entre otras cosas, que la aplicación de la ley no sea selectiva, es decir, que no haya privilegios. Un sector de la sociedad, los asalariados, ya sean empleados, obreros, demandan castigar la conducción “patanesca” de sus jefes. Jefes que no ven la diferencia entre conducir y dar órdenes.

Hay malestar social y no se remite exclusivamente a los que se manifiestan en la vía pública, hacen plantones, toman carreteras o forman grupos de autodefensa. Se trata de un malestar social que cotidianamente se expresa en el mal humor, la irritabilidad, la conflictividad, o, en las antípodas, la invisibilidad de los semejantes, al grado de no pedir o ceder el paso, se camina o se maneja como burro sin mecate. Es ya una mórbida normalidad.

Para los empresarios y para los políticos, ése malestar social no pasa de ser un berrinche, en consecuencia, no hay que reparar en ello, ni considerarlo malestar social. Para ellos la gente sólo existe cuando consume, aplaude o vota. Incluso el problema de las adicciones a la alza, no es enfocado como expresión del malestar social, es más bien cuestión relacionada con el código penal o la salud pública. Cuando el uso excesivo y sin ritual de los placebos duros, drogas y alcohol, son recursos para “estar bien” porque se tiene previamente un malestar en relación a la convivencia social.

La anomia existente, elevada, es el costo de persistir en un modelo económico depredador acompañado de un manipulable Estado de derecho.

Y cómo es que las élites pueden mantenerse en esa pertinaz disposición. Simplemente no salen a la calle, no salen al campo, sólo se trasportan, evitan caminar y se desenvuelven en espacios controlados, no tienen contacto con la banqueta ni con la tierra en la que se encuentra el resto de los mortales.

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