La reforma educativa, el proceso
legislativo que le dio forma es proceso concluido al ser firmada para su
publicación por el presidente Enrique Peña Nieto. El contenido de la reforma y
sus posibilidades transformadoras tienen un dique: el corporativismo. No fue
casual que la ausencia de Elba Esther Gordillo, lideresa del magisterio
nacional, fuera tan comentada al otro día.
La decisión es harto difícil para
Peña Nieto y el PRI, pues es con ese partido que se dio el arreglo de agregar o
confundir la lucha económica característica de la organización sindical con el
propósito de la política: el poder. Fue precisamente con el gobierno del
General Lázaro Cárdenas (1934-1940) que se escrituró ese arreglo en beneficio
de la estabilidad política y la justicia social. Arreglo nada desdeñable, por
el contrario, vital para un país que tenía que resolver conflictos armados,
principalmente el de la guerra de revolución que explotó en 1910.
Con el corporativismo la
democracia ha topado. Corporativismo que no se circunscribe al que representa el
Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y su dirigente vitalicia. De
manera simplificada, entiendo por corporativismo al grupo que por su identidad
gremial o por su dominancia en una actividad económica (monopolios) goza
privilegios que les son ajenos al resto de los ciudadanos. Grupos que su propia
existencia y consecuencia definen al resto como ciudadanos de segunda.
Así como el SNTE tiene su
partido, Nueva Alianza, las corporaciones de la Televisión tienen su
telebancada. En el fondo no representan a los ciudadanos sino a sus amos y
dueños, son una anomalía del juego democrático. Ese es el tamaño del reto de
Peña Nieto, quien tiene otro frente de batalla en el terreno de las
telecomunicaciones.
La cuestión hace años la planteó
Jesús Reyes Heroles cuando cuestionó (1977) acerca de cuál era la pertinencia
de los sindicatos: la lucha económica o la lucha política. Cuestionamiento que también
es válido para las corporaciones empresariales, a las cuales su poder económico
supuestamente lo define el libre comercio, pero formalmente el poder político
tiene otros cauces o debería tener.
Aunque no les guste, a la Gordillo,
como a Romero Deschamps, Azcárraga Jean, Salinas Pliego, Slim Helú y González
Laporte, por mencionar a algunos, el corporativismo los hace iguales. Lo digo porque
ya se insinúa la reforma de las telecomunicaciones, que si quiere acotar el
corporativismo tendrá otro frente de batalla durísimo para Peña Nieto. Es más,
con estas dos reformas el Presidente podrá ufanarse de iniciar una etapa más de
la democratización de México y, si me apuran, de su esperada consolidación.
El 2013 se ha calentado y no se
han cumplido cien días de gobierno. Se impone la pretensión de la Presidencia
democrática o lo doblan. Candente disyuntiva.
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