El nacionalismo que identificaba
a gobernantes y gobernados se perdió. No fue de un día para otro, de manera
intempestiva, como el nacionalismo fue perdiendo capacidad de aglutinar lo
diverso. Decisivo ha sido el rumbo dogmático de libre comercio que las élites
adoptaron décadas atrás y la consecuente disminución de las responsabilidades
del Estado. Su efecto tuvo el fin de la guerra fría y el consecuente
desbordamiento de la opinión de Washington sobre la conducción del país.
El láser que la noche del Grito
proyectaron sobre el rostro de Felipe Calderón, se dice que de parte de
#YoSoy132, fue como un escupitajo difundido en cadena por todo el país. Es
demostración de la ruptura entre élites y ciudadanos de a pie. Adentro de
Palacio se vivió una heroica página de sociales, afuera, en la explanada del
zócalo un desencuentro que no se pudo maquillar por el abrupto reingreso de
Calderón a los salones de Palacio. El pobre no disfrutó con su familia de la
pirotecnia acostumbrada.
Pero el nacionalismo no es sólo
rituales y símbolos, de por sí devaluados. Se afirma con realidades que
constituyen la argamasa que une las partes. Como está la educación, el
desempleo, el salario, la pobreza, la inseguridad, la producción de alimentos,
la creación de ciencia y tecnología. La cifra macroeconómica no hace
nacionalismo, no se come, no cultiva en el amplio sentido de la palabra.
Desbocado el modelo, el consumo
se prioriza antes que el trabajo y el ahorro, los gadgets se confunden con el progreso
tecnológico, el entretenimiento se impone a la creación cultural y su difusión,
las reglas se rompen desde la más alta investidura y así no se tiene autoridad
moral para defender el Estado de derecho.
Junto con el debilitamiento del nacionalismo
se perdió la capacidad de la política para ser incluyente o menos desigual, el
gobernante en turno de los Estados Unidos y la autóctona cúpula empresarial
dictan lo que se tiene que hacer, soberanía y autonomía relativa no son marcas
distintivas del Estado mexicano y tal vez ya no volverán a ser. Por algo la
gente migra, para obtener lo que aquí se le niega.
Se está pendiente de lo que se
diga afuera, lo que allá se haga es modelo, mirarse al ombligo es cosa del
pasado. La globalización ha sacudido al
país de la cúspide a su base. Lo nacional se reduce a folclore. Y no es que
desde la independencia de la corona española se haya dejado de importar modelos
de pensar y adaptarlos a la realidad nacional (catolicismo, ilustración,
liberalismo, positivismo) siempre había modo de sincretizarlo y decir esto es a
la mexicana. Eso prácticamente se acabó. Lo que está de por medio es alcanzar y
ejercer derechos que disminuya las desigualdades sociales, con justicia y
libertad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario