lunes, 17 de septiembre de 2012

¿Ha muerto el nacionalismo mexicano?



El nacionalismo que identificaba a gobernantes y gobernados se perdió. No fue de un día para otro, de manera intempestiva, como el nacionalismo fue perdiendo capacidad de aglutinar lo diverso. Decisivo ha sido el rumbo dogmático de libre comercio que las élites adoptaron décadas atrás y la consecuente disminución de las responsabilidades del Estado. Su efecto tuvo el fin de la guerra fría y el consecuente desbordamiento de la opinión de Washington sobre la conducción del país.

El láser que la noche del Grito proyectaron sobre el rostro de Felipe Calderón, se dice que de parte de #YoSoy132, fue como un escupitajo difundido en cadena por todo el país. Es demostración de la ruptura entre élites y ciudadanos de a pie. Adentro de Palacio se vivió una heroica página de sociales, afuera, en la explanada del zócalo un desencuentro que no se pudo maquillar por el abrupto reingreso de Calderón a los salones de Palacio. El pobre no disfrutó con su familia de la pirotecnia acostumbrada.

Pero el nacionalismo no es sólo rituales y símbolos, de por sí devaluados. Se afirma con realidades que constituyen la argamasa que une las partes. Como está la educación, el desempleo, el salario, la pobreza, la inseguridad, la producción de alimentos, la creación de ciencia y tecnología. La cifra macroeconómica no hace nacionalismo, no se come, no cultiva en el amplio sentido de la palabra.

Desbocado el modelo, el consumo se prioriza antes que el trabajo y el ahorro, los gadgets se confunden con el progreso tecnológico, el entretenimiento se impone a la creación cultural y su difusión, las reglas se rompen desde la más alta investidura y así no se tiene autoridad moral para defender el Estado de derecho.

Junto con el debilitamiento del nacionalismo se perdió la capacidad de la política para ser incluyente o menos desigual, el gobernante en turno de los Estados Unidos y la autóctona cúpula empresarial dictan lo que se tiene que hacer, soberanía y autonomía relativa no son marcas distintivas del Estado mexicano y tal vez ya no volverán a ser. Por algo la gente migra, para obtener lo que aquí se le niega.

Se está pendiente de lo que se diga afuera, lo que allá se haga es modelo, mirarse al ombligo es cosa del pasado.  La globalización ha sacudido al país de la cúspide a su base. Lo nacional se reduce a folclore. Y no es que desde la independencia de la corona española se haya dejado de importar modelos de pensar y adaptarlos a la realidad nacional (catolicismo, ilustración, liberalismo, positivismo) siempre había modo de sincretizarlo y decir esto es a la mexicana. Eso prácticamente se acabó. Lo que está de por medio es alcanzar y ejercer derechos que disminuya las desigualdades sociales, con justicia y libertad.

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