Seguramente Felipe Calderón abandone
el país después de entregar la banda presidencial a Enrique Peña Nieto el
próximo primero de diciembre. Su constante confrontación, la de un político que
divide y no se guía por sacar consensos, lo tiene en pleito con sus propios
correligionarios, no sólo el crimen organizado, también diversos sectores de la
sociedad. Pocos lo quieren y Calderón se va cargando el mismo desprecio con el
que llegó a la presidencia de la república.
Fiel a su estilo de golpeador
institucional, Calderón ha dejado en el Congreso a su sucesor un explosivo que
tiene la forma de iniciativa preferente sobre la reforma laboral. No es una
iniciativa para mejorar la situación de los trabajadores, pero sí para
facilitar y profundizar la explotación y control de los patrones sobre sus
empleados. Se trata de conculcar derechos de los trabajadores, específicamente
el relacionado a la estabilidad laboral, el derecho de huelga y el de los
salarios caídos que se acumulan durante un juicio laboral.
Se señala a la Confederación
Patronal de la República Mexicana como la autora intelectual del proyecto de
reforma laboral. Al tiempo se suelta la especie de que el proyecto trata de
calar a Peña Nieto y de medir hasta dónde llega su subordinación respecto a los
empresarios.
Mal se encuentra el futuro
presidente si no atisba las consecuencias de la maldad que le ha sembrado el
presidente saliente: Ser un presidente a salto de mata o de ambientes tan controlados
que terminen por aislarlo de los gobernados.
Lo que no se puede perder de
vista de la reforma laboral es que se trata de una iniciativa de Calderón y
sólo a él compromete. No es un asunto en el que la mayoría de la sociedad lo
considere una prioridad. En cambio, paralelamente, Peña Nieto, a través de la
fracción priísta en el Senado, ha propuesto una reforma anticorrupción. Una
reforma que sí tiene respaldo social porque de aprobarse y hacerse efectiva su
instrumentación sería un gran cambio cultural para el país en su conjunto,
beneficiando a todos y no a una minoría.
Qué es lo que está pasando. En mi
apreciación, los reflectores se han puesto sobre la reforma que produce encono
social, pasando a un segundo plano la reforma que responde a una demanda
unánime: acabar con la corrupción. Porque si algo se requiere es que la
corrupción ya no sea el distintivo que parece patente nacional. No menos
imperiosa es la demanda de recuperar la seguridad que se ha perdido con el
gobierno saliente. En cambio, la reforma laboral ofrece más dudas que certezas.
Certezas que se esmeran sólo por complacer a los patrones.
Enrique Peña Nieto regresa de su
gira por Latinoamérica, Felipe Calderón ensaya su huída con una gira a los
Estados Unidos. Es la ocasión para que el presidente electo haga ver las
prioridades, sus prioridades, difundiendo su propuesta anticorrupción y
fortaleciendo los consensos que tiene de inicio. Desactivar la bomba, a través
de los legisladores del PRI y de la izquierda, que la ha dejado Calderón con la
reforma laboral.
Ya veremos.
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