domingo, 23 de septiembre de 2012

Antes del autoexilio


 

Seguramente Felipe Calderón abandone el país después de entregar la banda presidencial a Enrique Peña Nieto el próximo primero de diciembre. Su constante confrontación, la de un político que divide y no se guía por sacar consensos, lo tiene en pleito con sus propios correligionarios, no sólo el crimen organizado, también diversos sectores de la sociedad. Pocos lo quieren y Calderón se va cargando el mismo desprecio con el que llegó a la presidencia de la república.

Fiel a su estilo de golpeador institucional, Calderón ha dejado en el Congreso a su sucesor un explosivo que tiene la forma de iniciativa preferente sobre la reforma laboral. No es una iniciativa para mejorar la situación de los trabajadores, pero sí para facilitar y profundizar la explotación y control de los patrones sobre sus empleados. Se trata de conculcar derechos de los trabajadores, específicamente el relacionado a la estabilidad laboral, el derecho de huelga y el de los salarios caídos que se acumulan durante un juicio laboral.

Se señala a la Confederación Patronal de la República Mexicana como la autora intelectual del proyecto de reforma laboral. Al tiempo se suelta la especie de que el proyecto trata de calar a Peña Nieto y de medir hasta dónde llega su subordinación respecto a los empresarios.

Mal se encuentra el futuro presidente si no atisba las consecuencias de la maldad que le ha sembrado el presidente saliente: Ser un presidente a salto de mata o de ambientes tan controlados que terminen por aislarlo de los gobernados.

Lo que no se puede perder de vista de la reforma laboral es que se trata de una iniciativa de Calderón y sólo a él compromete. No es un asunto en el que la mayoría de la sociedad lo considere una prioridad. En cambio, paralelamente, Peña Nieto, a través de la fracción priísta en el Senado, ha propuesto una reforma anticorrupción. Una reforma que sí tiene respaldo social porque de aprobarse y hacerse efectiva su instrumentación sería un gran cambio cultural para el país en su conjunto, beneficiando a todos y no a una minoría.

Qué es lo que está pasando. En mi apreciación, los reflectores se han puesto sobre la reforma que produce encono social, pasando a un segundo plano la reforma que responde a una demanda unánime: acabar con la corrupción. Porque si algo se requiere es que la corrupción ya no sea el distintivo que parece patente nacional. No menos imperiosa es la demanda de recuperar la seguridad que se ha perdido con el gobierno saliente. En cambio, la reforma laboral ofrece más dudas que certezas. Certezas que se esmeran sólo por complacer a los patrones.

Enrique Peña Nieto regresa de su gira por Latinoamérica, Felipe Calderón ensaya su huída con una gira a los Estados Unidos. Es la ocasión para que el presidente electo haga ver las prioridades, sus prioridades, difundiendo su propuesta anticorrupción y fortaleciendo los consensos que tiene de inicio. Desactivar la bomba, a través de los legisladores del PRI y de la izquierda, que la ha dejado Calderón con la reforma laboral.

Ya veremos.

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