Tantos afanes reformadores se han
vivido en México para perfilar elecciones intachables y ese adjetivo parece
inalcanzable. El detalle está en las formas del clientelismo político, del
intercambio de un regalo o una dádiva o un subsidio a cambio del voto. Es el
mal que sobrevive a las sucesivas reformas políticas –una democracia por
aproximaciones- y los políticos no le hacen el feo, les encantan esas prácticas
que permean todo el espectro político. No hay manera de que el clientelismo se
documente con la fuerza de invalidar la elección presidencial, si acaso multas
millonarias. La centralidad del sistema electoral está en el ejercicio del voto
libre y secreto del ciudadano frente a la urna. Es su fortaleza. Ya lo decía el
clásico, tú toma lo que te den, al fin y al cabo el voto es a conciencia. Decíamos
ayer.
Ah, pero los resultados no me
favorecen, ni para alegar el voto por voto, casilla por casilla. Como pierdo
justifico mi derrota diciendo que hubo compra de votos y hasta doy una cifra
aproximada: cinco millones de votos. De dónde las cuentas, pues de una chistera
llamada inocencia. No fueron uno, dos, tres millones de votos comprados, que
va. A buscar cinco millones de ciudadanos que confiesen el hecho de que
vendieron su voto. Y en un descuido son más, pues todos los partidos le
entraron al enjuague. Nos ponemos medievales y que los quemen en leña verde. Y
lo que duele es que el clientelismo electoral se mantiene incólume y las
fuerzas políticas no han hecho nada por erradicarlo.
En este cuento de la compra de
votos, el ingenio dicta que las posibilidades del mercado son infinitas. Si
alguien puede comprar votos no será difícil vender mi frustración, compradores
no han de faltar. Se inicia un nuevo negocio político, una ventana de oportunidad,
vender el malogrado intento de acceder a la investidura presidencial. Ya no voy
alegar que me robaron la elección. La ciudadanía vendió su voto, luego entonces
la elección no tiene validez. Si las urnas me desprecian, las marchas me
apapachan. El pueblo marchó, Peña no ganó. Viva el nuevo silogismo, marcha mata
votos. Es la democracia alternativa que se ahorra el costo de las instituciones
con un líder carismático, como si fuera gratis. La consigna es demoledora: a la
gorra no hay quien le corra.
Que Peña Nieto toma posesión el
primero de diciembre próximo no hay duda. El asunto es cómo va a desembrollar
el lío que le han armado.
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