Alguien va a creer que los
servidores públicos de alto rango no están metidos de lleno en el proceso
electoral, que no ocupan tiempo y recursos en la disputa por la silla, los
escaños y las curules. Y la Fiscalía Especial para los Delitos Electorales,
bien gracias. Ustedes se imaginan a Felipe Calderón, a Marcelo Ebrard o al
gobernador de Veracruz, Javier Duarte, amurallados para aislarse de la justa
electoral del año. Pero no es así. Por eso la ley no es creíble. Norma una
conducta y los sujetos, los políticos, hacen otra. La institucionalización de
la mascarada.
Alguien va a creer que las
campañas por la presidencia inician hasta el 30 de marzo. Las campañas están en
marcha, el formalismo es el que está rebasado. Las campañas ya no se pueden
detener, al menos desde la sociedad civil, léase las redes sociales, donde bien
circulan los argumentos del lodo. Que si
Vázquez Mota oculta a una hija gorda y fea. Que si Peña Nieto mató a su primera
esposa o que siempre sí López Obrador mató a su hermano. Ándele, todos parejos
y todos perplejos. Tal pareciera que seremos convocados a elegir a gente
seriamente perturbada de sus sentimientos.
No estaría bien enclaustrar de
aquí al último día de marzo a los candidatos con todo y sus cuartos de guerra,
para que se dediquen a la meditación y a la relajación, que los medios no se
hicieran eco de las campañas por seis semanas. Qué va, eso no sucederá.
En qué momento de la formación de
un México más democrático pulverizó los ideales y los valores. En el momento en
el que el acceso a los recursos fiscales y a los puestos quedó a disposición de
más franquicias electorales. La democracia se convirtió en la coartada para que
los políticos realicen las dispensas que les da el poder: inmunidad, impunidad
y privilegios. Todo sea por no ser iguales a sus electores.
Ah! Pero ya tenemos una izquierda
unida, están de un halago como para empalagar lo más salado. Cuauhtémoc
Cárdenas y López Obrador se dan la mano y todos contentos hasta que se repartan
los huesos. Lo cierto es que la izquierda en México aprecia bien en dos etapas:
la de la clandestinidad y la de la legalidad. Aquella que complotaba en el Café
La Habana de Bucareli y la que ahora disfruta mullidos sillones de algún salón
del Four Seasons del Paseo de la Reforma. Cambiazo.
Y así seguirá el año, entre el
aturdimiento y el hastío. Sin que nadie de los que quieren o se dicen
responsables de las instituciones nacionales haga algo por este país.
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