Seguimos sumidos en la anécdota
con tal rehuir los temas centrales que tiene que atender el proceso electoral
en curso. La laguna mental o ignorancia en cuestiones literarias de Enrique
Peña Nieto ha servido para calar al aspirante presidencial. Lo vergonzoso es
que sus adversarios hagan el papel del burro hablando de orejas. Por ejemplo,
Ernesto Cordero diciendo que su resbalón fue menor en lo que a confusión de
nombres y obras de autores. No señor, resbalón es resbalón. El meollo es querer
presumir aficiones que no lo son tanto y exhibirse como tontos con iniciativa.
Otro ejemplo es López Obrador. Con qué cara le hace recomendaciones a Peña
Nieto para que ingrese en un taller de lectura cuando el mismo AMLO resultó
todo un fósil de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. A
quién quiere apantallar. Ya envalentonado aprovecha para afirmar que Peña Nieto
“encarna la corrupción” como si el tabasqueño no hubiera designado un
secretario de finanzas que salió un pillo o no hubiera desarrollado relaciones
corruptas con el empresario argentino Carlos Ahumada, por mencionar lo que
alcanzó el registro de la prensa. No es mejor para la sociedad que AMLO se dedique
a difundir su proyecto de la república amorosa o pretende que se le devuelva su
célebre vulgaridad del “Ya Cállate chachalaca”. Acaso se quiere llegar al
ridículo de exigirle a los contendientes conducirse con civismo.
Llevamos más de una década padeciendo
la catarata de obscenidades y expresiones vacuas o de mal gusto en las campañas
electorales –campañas tales a las que personalmente me resisto a considerarlas
parte de “la normalidad democrática” y sí como síntoma de la degradación
inducida en la convivencia pública- en las que tienen mucho que ver los
gabinetes o compañías que lucran haciendo el mercadeo de candidatos a cualquier
puesto de elección popular. Agencias privadas que diseñan campañas con
servicios integrados de encuestas, radio y televisión que se encargan de
construir un producto, pero que están lejos de darle forma a un gobernante
enfocado al servicio público. Esas agencias son fábricas de decepciones.
¿Por qué tanta calentura? Pues
porque en tiempos de campaña se hacen amarres para asegurar negocios privados o
todavía creen que el enriquecimiento obedece sin desviación al cumplimiento de
la ley del mercado. Ahí vemos desfilar a los candidatos, bien modositos todos,
ante las organizaciones o grupos empresariales, ofreciéndoles al país para su
beneficio pues no es correcto en estos tiempos ser crítico de los empresarios. No
hay ganas de enfriar la temperatura que genera el incendio de la inmundicia
electoral con ofertas que nos hablen de esquemas eficaces y probados en contra
de la corrupción, de fortalecimiento de la educación pública en todos sus
niveles. Nada de eso. Lo que hay es el rebajamiento de las instituciones por la
conducta condescendiente de los contendientes con la industria del
entretenimiento. Luego, en el gobierno, se desobligan por andar de anunciantes
de negocios privados. Para eso no se les paga.
La calentura también proviene del
presidente Calderón que está haciendo campaña a favor de su partido y en contra
de las instituciones electorales. Actuando con el mismo descaro que su
antecesor, Vicente Fox Quesada. Si el clima político se sigue deteriorando el
principal responsable será Felipe Calderón Hinojosa.
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