Lo que uno vio –vivió- permite hacer una comparación con otras circunstancias vistas o vividas. De ahí a hacer una generalización válida es otra cosa. Cuando niño, sólo en dos celebraciones veía uno al Ejército en la calle: cuando los acarreaban el día del soldado (21 de febrero) a la Plaza México para festejarles. Mario Moreno “Cantinflas” formaba parte del espectáculo haciendo del toreo de una vaquilla la gracejada del día. La otra fecha sigue siendo el 16 de septiembre, conmemoración de la Independencia de México con un desfile militar.
Excepcionalmente, había yo visto al Ejército mexicano en las calles fuera de estas dos fechas. Una fue en 1968. En ese entonces la policía del Departamento del Distrito Federal no fue suficiente para contener la movilización estudiantil y el 2 de octubre se dispuso del Ejército para detener de golpe el movimiento. Ya en los setentas, en los años de la llamada guerra sucia en contra de la guerrilla, era común encontrar retenes militares en las carreteras del estado de Guerrero, procedimiento de dudosos resultados. También ocurrió en Sinaloa, como parte de la estrategia antinarco denominada Operación Cóndor. Después de eso, el Ejército fue replegado a sus cuarteles y sólo hacía acto de presencia en zonas de desastre y las siglas de su operativo DN-III era –y sigue siendo- su identificación. Fue hasta el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional el primero de enero de 1994, en los Altos de Chiapas, que se volvió a ver al Ejército en disposición de guerra que, curiosamente, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari no reconoció como tal guerra.
Todos estos hechos que traigo a la memoria están muy localizados, enfocados en determinado territorio y tiempo. Desde los tiempos del régimen “autocrático”, para citar al clásico, nunca había visto tal despliegue militar por el territorio nacional, que sumándole la Marina y a la Policía Federal, también la fuerza pública al mando de la Conago y su comandante de ocasión, Marcelo Ebrard, como el que está ocurriendo con la estrategia gubernamental en contra del crimen organizado. Y no es que la democracia nos haya traído la militarización, es la militarización la que nos está llevando a la dictadura.
Lo sucedido a Jorge Hank Rhon el 4 de junio, su aprehensión sin orden judicial de por medio y a través del brazo armado del Ejército, no puede quedar en el anecdotario. Jorge Hank está libre por tres razones: por orden judicial que no encontró elementos para dictar el auto de formal prisión, porque tiene mucho dinero para defenderse y porque no tiene un pelo de pendejo (podrá ser extravagante y sin refinamiento cultural, eso es otra cosa) El abuso de autoridad no puede repetirse y exige ser castigado si realmente queremos sentir que vivimos en un país mejor, digno de ser democrático. El gobierno actual no puede utilizar a los medios para anunciar que busca la revancha en contra de Hank preparando nuevos expedientes, lo que tiene que buscar es la vergüenza que perdió cuando decidió, al margen de la ley, entablar su guerra para su legitimación con la doble justificación de alejar a los niños y jóvenes de las drogas y recuperar los territorios en manos de la delincuencia organizada sin sujetarse a la ley.
La ilegalidad que se combate con ilegalidad produce más ilegalidad.
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