Javier Sicilia multiplicó su capacidad de convocatoria. Mil la iniciaron desde Cuernavaca, Morelos, el cinco de mayo. Miles salieron a la calle el domingo 8 de mayo para apoyar la demanda de Paz y Justicia. Sicilia no requirió de la intervención de los partidos políticos, ni del auxilio de Televisa y TV Azteca, sólo la disposición personal de hacerse eco del malestar ciudadano.
Una marcha formada por familias, el contingente que se sumaba por goteo en el trayecto de las avenidas capitalinas que dieron cauce a los manifestantes, de manera clara desde el cruce del Eje Central Lázaro Cárdenas y Xola. Bastones y carriolas no limitaron a las familias, por el contrario, fueron puntuales mecanismos de apoyo. Esta característica hace evidente que las familias participaron porque son víctimas de la delincuencia y no han encontrado en la estrategia gubernamental en contra del crimen alivio cierto. Las familias en México están dolidas.
Otro contingente nutrido fueron los estudiantes. Combativa retaguardia de jóvenes que desde Ciudad Universitaria, procedentes de distintos centros de educación, dieron ánimo a la marcha que llegó de Morelos. Los estudiantes se presentaron en calidad de víctimas del neoliberalismo, aunque también han sido víctimas de la guerra de Calderón. Se sumaron a su estilo, sin voto de silencio, entonando sus gargantas para formar un solo coro ¡Fuera Calderón!
Frente al clamor, Sicilia fue generoso y prudente. Pidió una prueba al gobierno federal, un acuse de recibo de que la marcha había sido realmente escuchada. Así el poeta solicitó al presidente Calderón que instruyera la renuncia de Genaro García Luna, secretario de seguridad pública (Se quedó corto, al menos debió incluir a Francisco Blake, Javier Lozano y Bruno Ferrari)
Como toda marcha, más si se hace al margen de aparato político alguno, la esperanza de sus resultados se envuelve en el deseo. Al final, cada uno de los participantes no encuentra como evadir el escepticismo que los acucia. Se apropian de fines que los trascienden, incluso al mismo promotor ¿Qué viene después?
Poco se puede esperar si los destinatarios del mensaje no escuchan. No escuchan porque están embebidos de sus intereses personales, incluyendo de manera sobresaliente su ambición de poder que les impide hacer real empatía con la ciudadanía. Sería un abuso y un despropósito considerar que las soluciones están en las manos de Sicilia y manifestantes que lo acompañaron. Hay responsables que por su condición privilegiada, representación y obligación deberían tomar cartas en el asunto de la inseguridad y sus implicaciones ¿Por qué no lo han hecho? Eh ahí el círculo vicioso. No lo hacen porque afectaría su condición privilegiada, su manga ancha para beneficiarse de la impunidad que facilita el alto cargo público y/o el dinero cuando se tiene a manos llenas.
La reflexión que para mí libera la marcha, junto con la observación reiterada del acontecer nacional, no deja de ser monotemática (maniática) y se plantea en una pregunta ¿Qué Estado queremos? Es la gran pregunta no bien atendida desde que las élites decidieron transformar el régimen de la revolución mexicana. Cuando me refiero al Estado relaciono a la gente, a la población que se identifica en una cultura, a las personas y su bienestar. Cuando me refiero al Estado entiendo la integridad de su territorio, al aprovechamiento sustentable de sus recursos naturales.
Desde que la autoridad inicio la liberalización unilateral del flujo de bienes, servicios y capitales, el país se embarcó en la nave del mercado y descuido al Estado. No se entendió que el mercado no puede desentenderse de los límites del Estado, de que el Estado no puede sustraerse a sus obligaciones en cuanto a la seguridad, la salud, la educación por dedicarse a ser un promotor del mercado. Mucho menos se puede esperar que el comercio lo resuelva todo. La misma democracia ha sido valorada en una metáfora mercantil más que como definición del Estado mismo, del Estado democrático. Un ejemplo de la descomposición de los límites entre el mercado y el Estado es la explotación de las minas de carbón en Coahuila.
Son variados los intereses que impiden el desarrollo del país y le quitan viabilidad al Estado. La autoridad que debería someter esos intereses toma partido. Por eso la marcha no es otra cosa que la exasperación de una parte de la sociedad por el actual desorden de cosas, incluido el incremento de la violencia criminal cuando, según el parecer oficial, ahora sí se combate al crimen organizado.
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