El desgaste de las instituciones ha sido severo, la tolerancia de la sociedad parece llegar al límite. El estado actual del combate al crimen organizado en México sugiere la salida fácil de culpabilizar a quienes instrumentaron la estrategia anti crimen.
En esto hay una simplificación de origen, considerar que el fenómeno criminal sólo tiene una respuesta policiaca. Esa simplificación proviene del gobierno federal, quien bajo el esquema de una guerra religiosa de los buenos contra los malos, se embarcó en una empresa a la que ya no le ve fin. Esto es así mientras el fin es absoluto, como si se pudiera dividir la tierra por un rayo.
Así vieron los Cruzados en la Edad Media la conquista de Jerusalén para su liberación de los musulmanes y gozo de la Iglesia Católica con sede en Roma. El propósito no se cumplió y en el camino varias leyendas se fueron construyendo, cismas y hasta revueltas, estas últimas con reivindicaciones más bien de carácter social. El fracaso de los Cruzados se consumó en el olvido del objetivo original, como parte de un periodo oscuro de la historia occidental.
Eso le ha pasado a Felipe Calderón con su combate al crimen organizado, no detenerse a comprender como se construyó y, consecuentemente, las posibilidades de expansión de lo que se proponía erradicar. La realidad lo rebasó.
Cómo es que en cuestión de lustros un país que se enorgullecía de su paz social se exhiba a los ojos del mundo como un territorio infestado de matones irreductibles. Varios procesos concurrieron, desde la desvalorización de las instituciones del Estado, asimilándolas sin fundamento a la realidad totalitaria y sin mercado de otras latitudes. Esa fue la lectura de la derecha que se extendió hasta imponerse. Si en el Estado está la fuente de nuestros males ¿Qué hacer para liberarnos? Se recurrió a la profecía del mercado liberador y hoy estamos con instituciones desvencijadas, una sociedad que ya no se reconoce en la solidaridad. Mientras el burocratismo y la corrupción del aparato público del Estado goza de cabal salud.
También se dio un proceso para desprestigiar a los símbolos nacionales, de regresar al abuso de la simbolización religiosa y rematar con el imperio de la industria del entretenimiento que cada día nos hace más miserables espiritualmente. Se convirtió al ciudadano en lobo del ciudadano, la impunidad se hizo prevalecer, valorativamente, por encima de la legalidad. Para colmo, la transición democrática fue secuestrada por los poderes fácticos que se han servido de las siglas de un partidito de derecha.
La infancia, la juventud, el trabajo y la vejez perdieron su dignidad frente al libre comercio engolosinado con destruir el Estado del Bienestar.
Todo esto pasó y no nos extrañemos que el crimen haya encontrado la tierra abonada para su desmesurada reproducción.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario