La información que genera la actividad del crimen organizado aturde, deprime, ensombrece el ánimo. Esto no debe llevar a concluir que los medios no informen sobre los sucesos delictivos. Incluso se está agradecido con reportajes como el de Arturo Cano publicado en La Jornada. El fondo está en no quedarse con la crudeza de las noticias sangrientas, sino indagar qué senderos han llevado al país a esta situación de degradación que contamina o está entreverada con la economía, la política y la cultura.
Escaso y atroz es lo reporteado sobre el asesinato de veintiún personas en el penal ubicado en Samalayuca, Chihuhua, cercano a Ciudad Juárez. La mañana del miércoles 4 de marzo un grupo de reclusos, pertenecientes a la banda de Los Aztecas, prácticamente tomaron el control de las instalaciones pues nadie impidió que se movilizasen a su interior. La autoridad se extinguió mientras unos reclusos se armaron de palos, tubos y armas hechizas. Luego se trasladaron a otra sección del reclusorio donde purgan sus penas miembros de otras bandas, Los Artistas Asesinos y Los Mexicles. Con lista en mano, Los Aztecas se pusieron a liquidar a enemigos que les disputan la plaza de Juárez. Inmediatamente después regresaron a sus celdas y entregaron las armas. Habían cumplido su cruenta misión. Hasta después llegaron elementos del Ejército y la PFP ¿Quién los mandó? ¿Por qué lo hicieron? La mala sospecha ronda en estas preguntas. La semana pasada se reunió en Ciudad Juárez el Consejo Nacional de Seguridad y ocurrieron veinte ejecuciones. Días después llegaron nuevos contingentes del Ejército y la PFP para reforzar el combate al crimen organizado. Lo del miércoles es acaso un mensaje cifrado para las autoridades y la sociedad.
Serán ajenos los Estados Unidos, aprovecharán de informantes a los capos que el gobierno de México les obsequió, por qué piden mayor intervención. Son interrogantes de una desestabilización que no tiene identificado su origen, pero por el encadenamiento de sucesos que han tomado aceleración desde que Felipe Calderón les declaró la guerra a los criminales, como si fueran un Estado, es lógico anotar.
El crimen organizado no nació de la nada, es una variante, una rama del árbol genealógico del poder y el dinero. Si se enaltece el poder y el dinero como valores supremos, como aspiraciones máximas, qué tanto más da obtenerlos a como dé lugar. Hay un enraizamiento cultural que tiene expresión religiosa en el santo Malverde y la santa muerte. Y la jerarquía católica no ha lanzado una condena rabiosa contra estos ritos como lo ha hecho contra el aborto. En la narcomúsica, que relata la vida de maleantes explotando expresiones populares como el corrido y la banda. Géneros de los cuales hoy en día quedan ocultas sus raíces e indubitablemente se asocian a la narcomúsica que producen tracks, elevan estaciones de radio y hasta un canal en la televisión de paga. Entendámonos rápido, la narcomúsica es la música que le gusta a los miembros del crimen organizado y ha formado ya una predilección de masas.
El crimen organizado también está asociado a la política. Hoy mismo La Jornada publicó la declaración de un diputado federal del PAN hecha en Jalapa, Veracruz, quien aseguró que son ocho los gobernadores del PRI vinculados al narcotráfico, entre ellos Eugenio Hernández. Ése mismo gobernador de Tamaulipas que operó para sacar la elección favorable a Calderón en el 2006. Si esto es cierto ¿Será correcto afirmar que tenemos un narcopresidente en funciones?
La economía se ha hecho adicta al dinero sucio que procede bandas de criminales, por lo que no habría que descartar que el combate al crimen organizado ha sido un factor interno de la atonía económica.
Total, todos los días vemos, constatamos la paradoja de que ley y la impunidad van de la mano en beneficio de pocos y desgracia de muchos.
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