miércoles, 21 de enero de 2009

El regreso del mal


El 19 de enero, el sr. Tarcisio Bertone, secretario de estado del Vaticano, ha expuesto con sentimiento vengativo su desprecio por las instituciones liberales y constitucionales que los mexicanos nos hemos dado. Precisamente en el foro, sagrado diría él, donde sesionó el Constituyente de 1917, el Teatro de la República de la ciudad de Querétaro. Su revancha oratoria recuerda las declaraciones del obispo de San Luis Potosí, Montes de Oca y Obregón expuestas en 1900, cuando en pleno gobierno de Porfirio Díaz, el representante de la iglesia católica afirmaba ufano que las leyes de reforma eran un montón de leños apagados.

Aquí en México no hay persecución religiosa. En México existe una hegemonía católica entre los creyentes, no obstante, se da pluralismo religioso. Pero la iglesia sigue respirando por la herida, que según ella, le infligió Benito Juárez y también Plutarco Elías Calles. El tema del conflicto histórico entre la iglesia y el estado mexicano sólo le revuelve las vísceras a los curas y a los beatos, pero no conmueve la cotidianidad de los mexicanos. No se entiende bien a bien por qué la iglesia es monotemática en su relación con las instituciones y la historia de México, es una obsesión sin parangón.

Por qué no se preocupa el Papa y su iglesia por hacer una nueva evangelización en Europa, en Holanda o en el Reino Unido, por ejemplo. Por qué la iglesia no se preocupa globalmente por el hecho lamentable de que la institución eclesiástica sirva de fachada de la codicia, de narcotraficantes, de defraudadores, de pederastas, de malos gobernantes.

En México, la iglesia católica realmente no tiene problemas para su desarrollo, nadie la obstaculiza, cuenta con una red de templos y organizaciones extendida y persistente por todo el territorio nacional. Si la iglesia católica ha perdido creyentes, si las costumbres no concuerdan con su credo, si menos jóvenes optan por la vocación del sacerdocio no es problema o asunto del estado.

La desproporcionada intervención de la iglesia católica sólo es entendible como una estrategia para subsanar el déficit de legitimidad del gobierno de Felipe Calderón. No es casual la actual correspondencia entre el poder civil y el clero que llegó con la alternancia, la fraseología gozosa con la que el presidente Calderón exhibe su identidad de creyente. Es su decisión personal y muy suya, pero no se puede reinstalar a la iglesia como el tamiz de las decisiones públicas, así sea bajo cuerda.

La Bestia, mi querido Giordano Bruno, está de regreso.

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