jueves, 20 de noviembre de 2008

Revolución

Un movimiento vivo no puede ser indiferente. 98 años cumple la revolución mexicana y todavía es materia de debate. Es cierto que desde la llegada de la tecnocracia al poder el festejo oficial se hizo descolorido. Ni qué decir de los gobiernos del PAN, la revolución ya no vale ni un jugoso sorteo de la Lotería Nacional.
Se hacen esfuerzos por arqueologizar (sic) el movimiento revolucionario de principios del siglo pasado y se le confina a la calidad de mito. Otros, con mayor pereza intelectual, se limitan a identificar a la revolución con una colección de mentiras. También están quienes adoptan el supuesto de la resignación y ven a la revolución como un proceso difunto. Tal vez José Woldemberg ofrece, en su colaboración del diario Reforma del día de hoy, una opinión realmente equilibrada, lejana de la tentación de la descalificación como de la sacralización.
A fin de cuentas, desde su anunciación, pasando por su etapa bélica hasta sus consecuencias en la vida institucional del país, la revolución mexicana ha significado, todavía, la construcción cultural que le da viabilidad a la nación. Sin ella, tal vez hace tiempo México se habría conformado en un Estado Libre Asociado, muy a pesar del lamento de sus jibaritos.
En la actualidad se debate la revolución desde otra encrucijada, la que nos ofrece le nuevo siglo. De manera más precisa la recesión económica que se ha aposentado con el anuncio de despidos masivos. Lo que haga el gobierno actual será decisivo y esa es su principal tarea, independientemente de si se identifica o no con la revolución. La economía es el tema central de este país y mucho tendrán que hacer los gobernantes de los distintos niveles para que la crisis se apure y abra paso a un nuevo ciclo económico.

No se trata sólo de medidas, así sean una rectificación del credo neoliberal, sino de un diseño de comunicación social que no se agote en el optimismo barato de que aquí no va a pasar nada. Se requiere de una comunicación que alerte e instruya de cómo pasarla menos peor. Escuchar a las autoridades económicas, financieras y hacendarias, que nos hablen de los pormenores de la crisis y de las acciones para contrarrestarla. No como un acto de propaganda, sino como una consideración de respeto a la ciudadanía.

Y si bien la economía adquiere centralidad política en tiempos de recesión, ello no minimiza la conducción política de los asuntos entre poderes, partidos y niveles de gobierno en su relación con las demandas ciudadanas. Si el presidente Calderón se concentra en la economía, su nuevo secretario de gobernación tendrá trabajo de tiempo completo para atender la política nacional, empezando por conducir al gabinete. Fernando Gómez Mont debe estar consciente que su tiempo de gracia ya empezó a correr desde el día en que asumió posesión del cargo de secretario, y no necesariamente tiene que esperar a que llegue diciembre para hacerse presente y se conozca en peso y el tiento de su mano.

Por eso, mientras no haya una creación cultural superior, que ¡Viva la Revolución!

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