Los individuos somos muy adeptos a la idea, más bien pretensión, de realizar lo que dicta la voluntad propia. Cuando el ego se deja extraviar por la voluntad el voluntarismo dilapida recursos y hace pedazos los proyectos más anhelados. Llega el momento en que después de tanto batallar, la realidad se convierte en la partera de las decisiones. Estas líneas son sugeridas por el plan anticrisis que acaba de ofrecer el presidente Felipe Calderón.
La crisis financiera global hace estación para la reconsideración del dogma neoliberal y abre paso para poner en primer orden las obligaciones del Estado en materia económica. El gobierno de, por y para los empresarios promovido por Acción Nacional está exhausto, al grado que se tiene que llamar a la escena al vilipendiado populismo. Se está a tiempo de clausurar la confusión entre las realidades del mercado y las del Estado. El mercado tiene en el incentivo de la ganancia el impulso básico para la generación de riqueza. El Estado, por su parte, como proveedor de paz social, tiene en la administración pública la suma de recursos para combatir la desigualdad social. El antagonismo pregonado por el neoliberalismo entre estas dos realidades no se puede sostener más.
No es la primera ni la última crisis a sortear por este país, pero es la crisis que le toca enfrentar a Calderón. No es lo mismo que en el 76, el 82, el 87 o la situación del 94-95. El frentazo de la economía norteamericana concentrada en mantener su propia sociedad de consumo a costa de la economía global es la causa. El origen es exógeno, no por ello menos perturbador dada la interconexión de la economía mexicana con la de Estados Unidos.
No se trata de inventar un superhéroe que cargue solo sobre sus espaldas los riesgos de la actual coyuntura para después erigir un villano. De lo que se trata es de arropar política y socialmente el plan anticrisis con medidas que produzcan confianza, que trasciendan lo que ahora hacen las campañas publicitarias del gobierno. Una de ellas ha sido muy sugerida por la opinión pública y que aquí recojo la versión de Pablo Hiriart plasmada en Excélsior: formar un nuevo gabinete con los mejores, sin importar su filiación partidista. Se requiere un gabinete de servicio al país, de conocimiento y experiencia probada, que evite el subejercicio presupuestal y el proselitismo partidista, así como el contubernio con intereses fácticos.
Otra acción se retoma de Luis F. Aguilar expuesta en su colaboración quincenal en el diario Reforma. Apelar a la solidaridad social que en otras ocasiones ha servido de eficaz auxilio para atender situaciones críticas. En esta consideración Calderón tendría que hacer un llamado a los grandes empresarios del sistema financiero o de cualquier otro servicio importante para que realmente apoyen a la población de manera generalizada a mantener la economía familiar, esto bien reduciendo tasas de interés o el precio de tarifas. No se trata de repetir la fórmula fallida que se pactó el año pasado con las tiendas de autoservicio. Tampoco se trata de hacer teletones.
Felipe Calderón tiene la palabra.
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