La falta de consensos, de acuerdos para respaldar las acciones y decisiones del Poder Ejecutivo no es una conspiración en contra de su actual titular. Es el desgaste de un proceso enfocado a maximizar la mercantilización de la vida económica, social y política a costa de la minimización de lo que huela a subsidios -a los que menos tienen- a prestaciones, a salarios y a todo aquel componente del Estado del bienestar que, pese a sus distorsiones, producía cohesión social. Un proceso que en la última campaña por la presidencia de la república adoptó los contenidos de las campañas negras y de la polarización. Polvos de aquellos lodos.
Por eso el diálogo político hoy tiene la forma de disyuntiva, o lo uno o lo otro, con melón o con sandía, que llevado al absurdo ha sugerido que la opinión respecto al combate del narcotráfico adopte el mismo formato: o estás del lado del presidente o estás con el narcotráfico. No se ha planteado así, pero se sugiere. Y se dejan pasar los días, las propuestas se pudren, como la iniciativa Mérida que platicaron algún día de enero del año pasado George W. Bush y Felipe Calderón. Iniciativa que nació con el santo de espaldas, pues se divulgó como un acuerdo que nunca fue tal. Era una propuesta de ayuda monetaria del gobierno de los Estados Unidos para paliar la lucha contra el narcotráfico en México, que al pasar por el Congreso de nuestros vecinos fue condicionada por los legisladores estadounidenses para, finalmente, ser rechazada por el gobierno mexicano. Un fiasco con tinte de humor negro.
La iniciativa Mérida, peor todavía, fue el pretexto para sacar a luz el malestar del presidente Calderón, porque en esta guerra México pone los muertos y Estados Unidos los consumidores de drogas. Asociación de realidades que inmediatamente fue replicada por el embajador Tony Garza: México ya se ha convertido en un país de consumidores de estupefacientes, afirmó entre orondo e indignado el representante de Bush. Cuando el asunto es más que ayuda en dólares y condicionantes.
Si se trata de reducir el poder del narcotráfico, qué mejor decisión norteamericana que sellar la frontera norte para impedir el paso de armamento de manera efectiva. Si mandan hacer una barda para disminuir el flujo de migrantes, quienes a fin de cuentas contribuyen a la generación de la riqueza norteamericana, qué mejor favor podría hacerse Estados Unidos que evitar el comercio de armas que surte al crimen organizado del lado mexicano.
Y como este tema se encuentra toda la agenda nacional, en la disyuntiva que exige imperativamente definiciones ¿De qué lado estás? En el de la hipótesis de un verdadero presidente del empleo, en el del supuesto de una efectiva alianza para la educación, del lado de quienes combaten el hambre con sinceridad, que no promueven la comida chatarra y se dan golpes de pecho por la gente obesa, sino del lado de aquellos que piensan en la alimentación como una forma de dar productividad a nuestros campesinos y conciben un salario justo para adquirir los nutrientes de calidad que hoy están fuera del alcance de los minisalarios.
Así va el país, ganándole al crimen organizado aunque no lo parezca, después de todo, la espiral de violencia es una forma de propaganda de la delincuencia. Para creerse.
Por eso el diálogo político hoy tiene la forma de disyuntiva, o lo uno o lo otro, con melón o con sandía, que llevado al absurdo ha sugerido que la opinión respecto al combate del narcotráfico adopte el mismo formato: o estás del lado del presidente o estás con el narcotráfico. No se ha planteado así, pero se sugiere. Y se dejan pasar los días, las propuestas se pudren, como la iniciativa Mérida que platicaron algún día de enero del año pasado George W. Bush y Felipe Calderón. Iniciativa que nació con el santo de espaldas, pues se divulgó como un acuerdo que nunca fue tal. Era una propuesta de ayuda monetaria del gobierno de los Estados Unidos para paliar la lucha contra el narcotráfico en México, que al pasar por el Congreso de nuestros vecinos fue condicionada por los legisladores estadounidenses para, finalmente, ser rechazada por el gobierno mexicano. Un fiasco con tinte de humor negro.
La iniciativa Mérida, peor todavía, fue el pretexto para sacar a luz el malestar del presidente Calderón, porque en esta guerra México pone los muertos y Estados Unidos los consumidores de drogas. Asociación de realidades que inmediatamente fue replicada por el embajador Tony Garza: México ya se ha convertido en un país de consumidores de estupefacientes, afirmó entre orondo e indignado el representante de Bush. Cuando el asunto es más que ayuda en dólares y condicionantes.
Si se trata de reducir el poder del narcotráfico, qué mejor decisión norteamericana que sellar la frontera norte para impedir el paso de armamento de manera efectiva. Si mandan hacer una barda para disminuir el flujo de migrantes, quienes a fin de cuentas contribuyen a la generación de la riqueza norteamericana, qué mejor favor podría hacerse Estados Unidos que evitar el comercio de armas que surte al crimen organizado del lado mexicano.
Y como este tema se encuentra toda la agenda nacional, en la disyuntiva que exige imperativamente definiciones ¿De qué lado estás? En el de la hipótesis de un verdadero presidente del empleo, en el del supuesto de una efectiva alianza para la educación, del lado de quienes combaten el hambre con sinceridad, que no promueven la comida chatarra y se dan golpes de pecho por la gente obesa, sino del lado de aquellos que piensan en la alimentación como una forma de dar productividad a nuestros campesinos y conciben un salario justo para adquirir los nutrientes de calidad que hoy están fuera del alcance de los minisalarios.
Así va el país, ganándole al crimen organizado aunque no lo parezca, después de todo, la espiral de violencia es una forma de propaganda de la delincuencia. Para creerse.
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