Golpismo, sedición, secuestro. Éstas son expresiones que describen lo sucedido el jueves pasado en el Congreso, tras la toma de la tribuna en ambas Cámaras que hicieron los legisladores del Frente Amplio Progresista. Hasta la mañana de hoy martes, la situación sigue igual, aparentemente. Oficialmente no hay declaratoria al respecto, lo que se maneja es un receso de la sesión ordinaria del Legislativo y se habla de posible sedes alternas. Todavía no se hace una declaratoria de la situación actual que guarda la Casona de Xicoténcatl y el Palacio de San Lázaro. Cualquier paso en falso puede desencadenar una confrontación inicua. Lo que se intuye es una negociación tensa, desesperante, cuidadosa de no dar paso en falso, aunque desde los medios se pueda dar pauta a la ruptura de todo acuerdo posible.
¿Cómo llegamos aquí? Por los caminos torcidos de un propósito reformador que prefirió los atajos de la vereda por no seguir los caminos dilatados, pero más efectivos en cuanto a la reducción de riesgos, que impone el gobierno dividido. Ya en otra ocasión se comentó la maestría con la que se condujo la reforma política de 1997, la vía de las audiencias públicas sin el acoso de los plazos perentorios. Ricardo Monreal, para no irnos tan atrás en el tiempo, recuerda la experiencia inconclusa, pero con frutos, del proceso de reforma del Estado que se dio un plazo de una año en abril pasado.
Qué tenemos ahora en la conducción de la reforma petrolera: una cadena de errores evitables: se quiso reformar mediante el spot, se elaboró un diagnóstico orientado a una decisión, sin alternativas; Se negó la existencia una iniciativa de reforma para después defenderla en cadena nacional, una vez que fue entregada al Poder Legislativo; Entre el presidente Calderón y los coordinadores parlamentarios del Partido Acción Nacional se hicieron bolas, dejando en el dirigente nacional del PAN la defensa del proyecto oficial que pretendía sacar en este periodo ordinario de sesiones, la aprobación del paquete legislativo que supone la transformación de PEMEX. La falta de claridad y la prisa han llevado al despeñadero a la propuesta.
A todo esto no se ha tomado la molestia el gobierno de identificar la fortaleza de su villano favorito, Andrés Manuel López Obrador. No basta burlarse de su habla pausada, rayana en el cantinflismo, no basta con señalarlo como un chantajista protofascista. El gobierno no ha identificado que el tabasqueño no ha perdido totalmente su audiencia entre la población, por el contrario, ha recuperado su presencia en los medios, aunque sea de manera negativa. De nuevo, AMLO está en la boca de todos. No precisamente porque tenga la razón en todo o sea un irrebatible poseedor de la verdad. La fortaleza de AMLO es que está montado en el ciclo de la desaceleración económica mundial que le recluta adeptos, mismos que se multiplican si le creemos a los pronósticos del Banco Mundial y de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de la ONU, que anuncian el inicio de una crisis alimentaria (Tardíamente el gobierno ha relanzado su política social bajo el lema Vivir Mejor)
Adicionalmente, pero no es cosa menor, AMLO se ha montado en el ciclo histórico de la celebración de dos movimientos populares de consecuencias fundacionales: La Guerra de Independencia y la Revolución Mexicana. Se ha montado sin tener una oficina y un presupuesto ad hoc con el bicentenario, una simple conexión con el imaginario colectivo mantiene fresca la consigna ¡A coger gachupines!, tanto como el desbocamiento privatizador de Porfirio Díaz.
Por su parte, el gobierno se ve contra la pared, aislado, paralizado por una clase política aristocratizada y en la que no todos los empresarios se sienten con la misma interlocución y confianza. Éste, es un relato insuficientemente expuesto en los medios.
¿Cómo llegamos aquí? Por los caminos torcidos de un propósito reformador que prefirió los atajos de la vereda por no seguir los caminos dilatados, pero más efectivos en cuanto a la reducción de riesgos, que impone el gobierno dividido. Ya en otra ocasión se comentó la maestría con la que se condujo la reforma política de 1997, la vía de las audiencias públicas sin el acoso de los plazos perentorios. Ricardo Monreal, para no irnos tan atrás en el tiempo, recuerda la experiencia inconclusa, pero con frutos, del proceso de reforma del Estado que se dio un plazo de una año en abril pasado.
Qué tenemos ahora en la conducción de la reforma petrolera: una cadena de errores evitables: se quiso reformar mediante el spot, se elaboró un diagnóstico orientado a una decisión, sin alternativas; Se negó la existencia una iniciativa de reforma para después defenderla en cadena nacional, una vez que fue entregada al Poder Legislativo; Entre el presidente Calderón y los coordinadores parlamentarios del Partido Acción Nacional se hicieron bolas, dejando en el dirigente nacional del PAN la defensa del proyecto oficial que pretendía sacar en este periodo ordinario de sesiones, la aprobación del paquete legislativo que supone la transformación de PEMEX. La falta de claridad y la prisa han llevado al despeñadero a la propuesta.
A todo esto no se ha tomado la molestia el gobierno de identificar la fortaleza de su villano favorito, Andrés Manuel López Obrador. No basta burlarse de su habla pausada, rayana en el cantinflismo, no basta con señalarlo como un chantajista protofascista. El gobierno no ha identificado que el tabasqueño no ha perdido totalmente su audiencia entre la población, por el contrario, ha recuperado su presencia en los medios, aunque sea de manera negativa. De nuevo, AMLO está en la boca de todos. No precisamente porque tenga la razón en todo o sea un irrebatible poseedor de la verdad. La fortaleza de AMLO es que está montado en el ciclo de la desaceleración económica mundial que le recluta adeptos, mismos que se multiplican si le creemos a los pronósticos del Banco Mundial y de la Organización para la Agricultura y la Alimentación de la ONU, que anuncian el inicio de una crisis alimentaria (Tardíamente el gobierno ha relanzado su política social bajo el lema Vivir Mejor)
Adicionalmente, pero no es cosa menor, AMLO se ha montado en el ciclo histórico de la celebración de dos movimientos populares de consecuencias fundacionales: La Guerra de Independencia y la Revolución Mexicana. Se ha montado sin tener una oficina y un presupuesto ad hoc con el bicentenario, una simple conexión con el imaginario colectivo mantiene fresca la consigna ¡A coger gachupines!, tanto como el desbocamiento privatizador de Porfirio Díaz.
Por su parte, el gobierno se ve contra la pared, aislado, paralizado por una clase política aristocratizada y en la que no todos los empresarios se sienten con la misma interlocución y confianza. Éste, es un relato insuficientemente expuesto en los medios.
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